Patrimonio Industrial nacional e internacional

PATRIMONIO INDUSTRIAL - INDUSTRIAL HERITAGE - PATRIMOINE INDUSTRIEL

viernes, 11 de enero de 2013

El Museo La Encartada. Un Museo que engrandece a la boina.


La Fundación Boinas La Encartada Kultur Ingurunea nace en 2006 con el objetivo de conservar, difundir y gestionar el enclave de la antigua Fábrica de Boinas de La Encartada, situada en las afueras de Balmaseda (Bizkaia).

http://www.balmaseda.net
Durante una década, la restauración del conjunto con fines museísticos ha sido liderada por la Diputación Foral de Bizkaia y el Ayuntamiento de Balmaseda, co-patronos promotores de la Fundación, que de aquí en adelante desarrollará el proyecto de revalorización de Boinas La Encartada Museoa, así como su explotación y exhibición.

http://www.hiru.com
Finalizada la primera fase del proyecto de rehabilitación, el 10 de enero de 2007 se ha procedido a la apertura del museo. Esta oferta inicial se concreta en la visita a las plantas baja y primera de la fábrica-museo, la puesta en servicio de la cafetería y adecuación del área natural de la finca como zona de esparcimiento. Próximamente se van a iniciar la reforma de las antiguas casas y de la capilla que completarán el Museo. Todo este esfuerzo se halla encaminado a la creación de un complejo que aúne conservación patrimonial, dotación cultural y los servicios necesarios para el enclave.

Situación del museo: Bº El Peñueco, nº 11 - Balmaseda (Bizkaia)

Fuente texto la web

Página web del museo http://www.laencartadamuseoa.com/



Libro de fotografías "Boinas La Encartada"
Precio: 20 euros (de venta en el museo)



Noticia sobre el museo
La planta baja del museo recibe a los visitantes con una proyección audiovisual en la que antiguos trabajadores relatan su experiencia en La Encartada. Las diferentes salas muestran, además de imágenes históricas, algunas de las boinas elaboradas en la propia fábrica, piezas de los talleres auxiliares y los vehículos que se utilizaron para transportar el material. Toda esta zona puede recorrerse de forma individual. La visita guiada, sin embargo, es imprescindible para acceder a la turbina y al primer piso, donde se encuentran las secciones relacionadas con la confección de la histórica prenda y las oficinas.

Por fin llegó el gran día. La fábrica de boinas La Encartada abrió ayer de nuevo sus puertas en Balmaseda, aunque no con el tradicional objetivo de confeccionar txapelas. Lo hizo reconvertida en un ambicioso museo textil que recordará para siempre el uso de una prenda asociada como pocas a la cultura vasca. La centenaria instalación, por la buena conservación de su maquinaria, permite retornar además a los orígenes de la revolución industrial en Vizcaya, época decisiva a la postre en el desarrollo económico de toda Euskadi.

Trece años de reformas y 2,8 millones de euros de inversión han sido necesarios para acondicionar el entorno de La Encartada como un equipamiento de talla internacional. Pocos son, de hecho, los museos industriales que a nivel mundial pueden presumir de reunir en un mismo espacio la fábrica -con el proceso completo de producción-, las viviendas de los obreros y otros servicios auxiliares como una capilla o la escuela. «Nos encontramos ante un conjunto de gran valor», destacó durante el acto de inauguración del centro el diputado general, José Luis Bilbao.

A lo largo de sus 3.000 metros cuadrados de superficie, el interior de la fábrica recoge infinidad de máquinas y herramientas históricas. Destaca entre todas ellas la 'mula selfactina', una hiladora que data de 1892 y que ya se ha convertido en un ejemplar único a nivel europeo. El museo expone, además, cardas, canilleros, bobinadoras, tricotosas, batanes o perchas. «Todas las piezas son originales y funcionaron en su día a pleno rendimiento en la planta para confeccionar las boinas», aseguró la directora de la nueva instalación, Begoña Ibarra.

Es tal el grado de conservación de la maquinaria que la fábrica podría volver a funcionar de nuevo, aunque la desfasada tecnología conllevaría unos costes de producción demasiado elevados. La Encartada, sin embargo, nació como un centro puntero e innovador. Y no sólo a nivel técnico. Se adelantó, por ejemplo, al pensamiento ecológico con una turbina hidroeléctrica que generaba su propia energía gracias a un salto de agua en el río Cadagua. La mitad de la electricidad producida la aprovechaba el propio centro textil, mientras que el resto se distribuía entre las viviendas de los empleados.

Visitas guiadas
El museo de La Encartada, no obstante, se presentó ayer como una iniciativa «viva e inacabada». «Más adelante abriremos al público la segunda planta de la fábrica, donde se encuentran los almacenes, la vivienda del director gerente y una pequeña terraza cubierta», desveló el alcalde de Balmaseda, Joseba Zorrilla. El Ayuntamiento de la localidad encartada y la Diputación barajan, asimismo, el futuro acondicionamiento de un restaurante en la antigua capilla de la factoría, así como la reapertura de la vieja colonia obrera como apartamentos de turismo rural.

Fuentes texto http://www.elcorreo.com


Artículo de 11 de enero de 2007
El alma de la factoría
La reapertura de La Encartada como museo no sólo descubrió ayer en Balmaseda reliquias de la tecnología industrial. Destapó también profundos y numerosos recuerdos históricos. Decenas de antiguos trabajadores de la fábrica recorrieron, décadas después, las instalaciones en las que tantos años trabajaron para salir adelante. Fue una visita emotiva para la gran mayoría. «¿Qué nostalgia!», exclamó enternecida Yolinda Vicente al cruzarse con la 'mula selfactina', hiladora en la que se llegó a emplear con «jornadas de hasta dieciséis horas diarias» para obtener un salario digno.

En su época de mayor apogeo, La Encartada llegó a confeccionar 300.000 boinas al año con una plantilla de casi 130 trabajadores. Predominaban entre los empleados, curiosamente, las mujeres. La fábrica llegó a reunir incluso a varios miembros de una misma familia. Fue el caso de Loli, Nieves y Mari Bringas, tres hermanas que coincidieron en la empresa. «Nosotras estábamos destinadas en los almacenes que aún no se han restaurado, pero sólo estar aquí ya nos trae unos recuerdos imborrables», admitió Nieves.

Milagros Ibargüen pasó a formar parte de La Encartada en la década de los cuarenta, una época «especialmente difícil». Guarda en su memoria múltiples anécdotas, aunque una especialmente dolorosa. «Una hiladora me pilló la pierna con sólo 16 años y todavía hoy padezco las consecuencias de aquel descuido», lamentó, aunque valoró agradecida la ansiada reforma de las instalaciones. «Es como volver al pasado. Todo está igual», apuntó.

Pero en La Encartada también trabajaron muchos hombres. Francisco Basterretxea fue uno de los más queridos. Sumó cuatro décadas de empleado y llegó a responsable de mantenimiento. «Empecé muy joven, aunque antes había estado mi madre y después entró mi segundo hijo», detalló, orgulloso del «ambiente familiar» que se vivía en la fábrica. Paco también guarda, no obstante, algún que otro recuerdo negativo de su paso por la empresa. «Pasábamos frío como para exportar», bromeó.

Club de la Boina
La esperada reapertura de La Encartada como museo, en cualquier caso, no sólo reunió a antiguos trabajadores de la fábrica, sino también a diversas personalidades. En la inauguración estuvieron presentes, por ejemplo, alcaldes y concejales de Las Encartaciones y la zona minera. También representantes de asociaciones vizcaínas como la del Club de la Boina. «Nos parece una instalación ejemplar y fundamental para mantener la tradición de la txapela», señaló Emilio González, miembro de honor del colectivo. «Queremos realizar una visita guiada y en grupo para conocer los entresijos de esta gran joya industrial», avanzó.

Un complejo proceso de fabricación
La gran plantilla que llegó a concentrar la fábrica de La Encartada sólo reflejaba el difícil proceso que requería antaño elaborar boinas. Lejos de ser una tarea sencilla, la fabricación de txapelas exigía un largo y costoso trabajo que comenzaba con la extracción y el lavado de la lana para eliminar impurezas y la grasa animal. Los mechones ya limpios se extendían para el secado y pasaban posteriormente por el 'diablo', máquina que dividía el material en copos para transformarlo después en una especie de faja o manta.

La lana pasaba posteriormente a la selfactina, donde se convertía en hilos, y a continuación era devanada en carretes por las bobinadoras para ser utilizada en los telares. Aquí se obtenía ya una malla triangular, base de la futura boina. Pero aún quedaban varios pasos para culminar el proceso.

La malla pasaba a continuación a las máquinas de coser, donde se unían los extremos con hilo invisible y se añadía el tradicional rabo en el centro. El tamaño de la txapela era entonces el doble del que tendría finalmente. En los batanes se apretaba el tejido hasta dotarle de consistencia. A continuación, la boina se enviaba al tinte. Como paso final, las txapelas se colocaban en moldes para, una vez secas, pasar a la percha, donde se eliminaba el pelo. En el taller de acabado se añadían el forro y la badana.

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