Autor
artículo: Francisco Griñan en Diario Sur.
Por fuera se ve grandiosa. Con esa
cubierta en forma de dientes de sierra que anuncia una fábrica. Aparentemente,
una más. Pero en su entrañas, esa sensación es muy diferente: sus
espectaculares dimensiones lo hacen a uno más pequeño. Los robustos pilares en
‘Y’ llevan una década aguantando el peso del olvido. El tiempo ha hecho mella
en la nave principal de Intelhorce, la última muestra que queda en pie la
Málaga fabril del siglo XX. Los restos de las vidrieras del techo y los
escombros decoran el suelo de la gran nave principal del complejo. La sensación
es que estamos en un antiguo templo abandonado. La Semana de la Arquitectura,
que se inaugura mañana, visitó el pasado viernes esta catedral de la producción
textil en Málaga con un doble motivo: comprobar si ofrece la suficiente
seguridad para visitar el edificio con público el próximo jueves y reivindicar
de camino su valor único como construcción industrial del movimiento moderno en
la provincia. Una reclamación que ha encontrado la respuesta de los nuevos
propietarios del inmueble, la empresa malagueña de ropa infantil Mayoral, que
ha confirmado a SUR la rehabilitación del edificio. Una noticia que hace
justicia –poética– con una fábrica que seguirá hilando su futuro entre costuras.
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«Desde fuera no te imaginas lo que
encuentras dentro», explica el arquitecto Enrique García Carrasco que, junto a
su colega Ignacio Jaúregui, forma la expedición técnica del Colegio de
Arquitectos a la antigua Intelhorce (Industrias Textiles del Guadalhorce). SUR
les acompaña en la ruta, junto al propio personal de Mayoral. Y la primera
impresión es más bien de película apocalíptica a lo ‘Walking Dead’. Edificios
expoliados, escombros a granel, caminos desiertos y un jardín que vivió días de
verde color. «Ésta era la empresa ideal», recuerda Jaúregui, mientras se
adentra en los más de 310.000 metros cuadrados en los que, además de naves
industriales, se construyeron oficinas, una depuradora de agua, comedores,
viviendas, una guardería y «hasta un teatro con su propia compañía de
aficionados formada por los obreros». «Esto era una pequeña ciudad», añade
García Carrasco cuando alcanza la nave de acabados, la única que sigue en pie
de aquella urbe industrial.
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Un edificio «elegante»
«Los otros pabellones no tenían el
valor arquitectónico de éste ni la claridad y limpieza en la solución de la
estructura del edificio», asienten los expertos, que recuerdan que el complejo
se construyó entre 1959 y 1963 y lo proyectaron el ingeniero Manuel María
Valdés y el arquitecto Ramón Vázquez Molezún. La fábrica a la que están a punto
de acceder es majestuosa. Tiene la altura de un bloque de viviendas de cinco
plantas. Pero por fuera, francamente, no es de los que invitan a un flechazo a
primera vista. Blanco, rectilíneo y grande. Un mural ideal para los grafitis
que lo adornan, pero sin mayor interés aparente. Pero cuando abren la puerta es
difícil no abrir los ojos como platos. Y no precisamente porque esté oscuro, ya
que lo primero que llama la atención es que la luz natural en el interior es
casi igual que en el exterior. Los enormes lucernarios dan el protagonismo al
espacio diáfano y a las portentosas columnas. Una arquitectura colosal que
invita a mirar y callar. Como en los templos.
«Ya no se ven naves con esta altura,
generosidad de espacios y elegancia constructiva», rompe el silencio Enrique
García, mientras apunta a los monumentales pilares en ‘Y’ que sostienen vigas
dobles sobre la que se asienta la singular cubierta de medio arco con
lucernarios rectos. La sensación es muy parecida a la que se experimenta al
entrar en una catedral e Ignacio Jaúregui acierta a darle una explicación: «El
edificio domestica la luz natural y en los espacios hay una poesía que es más
propia de la arquitectura religiosa que de la industrial».
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Y como todo mesías, este edificio
también ha tenido sus apóstoles. Primero sus autores y después sus protectores.
Así, los arquitectos recuerdan a sus colegas Sebastián del Pino, que catalogó
el complejo textil para inscribirlo en el Registro DOCOMOMO Ibérico para la
conservación del urbanismo del movimiento moderno, y Marta Werner, que ya
incluyó una protección de la nave de acabados de 1963 en el Plan Especial de
Intelhorce que más tarde incorporaría el actual PGOU aprobado en 2011.
Pero una cosa es la protección y
otra cosa es la práctica. Por fortuna, el rescate de Intelhorce llegará de
manos de su nuevo propietario. Mayoral, líder en ropa infantil en España,
invirtió 18 millones de euros el pasado año en comprar la mitad de los terrenos
de la textil que, en su última etapa y hasta su cierre definitivo en 2004, se
denominó Hilados y Tejidos Málaga SA (Hitemasa). Una adquisición que incluye la
gran nave de acabados que es la joya arquitectónica del complejo. Algo así como
la alta costura de la Málaga industrial del siglo XX. «La conservaremos tal
cual ya que tanto por su estructura cuadrangular, gran altura y distancia entre
columnas es adecuada para nuestra actividad», explica Salvador García, director
técnico de Mayoral, empresa que también se ha sumado a la iniciativa de la
Semana de la Arquitectura y ha abierto las puertas de Intelhorce para la visita
del próximo jueves día 9. A juzgar por las palabras de García, la decisión de
rehabilitar la nave obedece a una decisión puramente empresarial, aunque
también tienen su lado romántico. En sus comienzos, el presidente de Mayoral,
Rafael Domínguez de Gor, aprendió a hilar fino en los telares de la descomunal
Intelhorce antes de montar su propio imperio textil.
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Al arquitecto Sebastián del Pino la
noticia de la recuperación de la nave principal le parece, sin paliativos,
«maravillosa». Es toda una autoridad en la arquitectura industrial de la Málaga
del siglo XX y el autor del estudio que permitió inscribir tanto la fábrica
textil como la planta de Citesa de Martiricos en el Registro DOCOMOMO. «Solo
teníamos estas dos edificaciones catalogadas, pero Citesa se demolió
recientemente porque no se había protegido todavía», se lamenta el arquitecto
antequerano que, tras esta pérdida, subraya el carácter «único» de Hitemasa.
El especialista hace años que no
visita la nave de acabados, pero asegura que, pese a su aspecto, la «estructura
se conserva magníficamente». Bajo la bóveda del edificio, los arquitectos
Enrique García e Ignacio Jaúregui actualizan la opinión de su colega. Miran con
curiosidad y admiración el hormigón armado prefabricado hace más de medio siglo
para leer lo que cuentan las piedras: «Esto se hizo para perdurar en el tiempo.
Hoy ya no se ven estos edificios». El próximo jueves, una veintena de elegidos
sí que podrán verlo y contar que han pisado la catedral industrial de Málaga.
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La
evolución de Intelhorce
1957-63. La empresa estatal
Industrias Textiles del Guadalhorce (Intelhorce) construyen sus oficinas,
instalaciones, jardines y naves, siendo la más importante la de acabados que se
concluye en 1963.
1963-85. Vive sus mejores años con
una gran actividad hasta que entra en crisis. En 1975 llegó a tener más de
3.200 trabajadores.
1985-95. Tras sanear el Gobierno
español la compañía, se crea General Textil España y se entrega a GioOrefici
1992 se declara en suspensión de pagos.
1995-04. Los trabajadores se
organizan en cooperativa para reflotar la textil. Crean Hilados y Tejidos
Málaga (Hitemasa), pero la compañía se cierra en 2004.
2013. La empresa de moda infantil
Mayoral compra 150.000 metros cuadrados de la antigua Intelhorce, incluida la
antigua nave de acabados, la de mayor valor arquitectónico. Paga 18 millones
*La
noticia cuenta con un video.
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