Artículo de Meritxell M. Pauné
Los hierbajos y los pedazos de ladrillo desprendidos por la meteorología no son los únicos pobladores de la abandonada Can Ricart. La mitad de naves de esta antigua fábrica del Poblenou, la mayor del Manchester catalán, son de titularidad pública y varias de ellas están actualmente llenas de basura. Literalmente. Maderas podridas, marcos de ventana con los cristales rotos, el atrezzo roído de una película, un colchón quemado, restos de cableado eléctrico, uralitas caídas y excrementos de paloma son algunos ejemplos de lo que alberga este Bien Cultural de Interés Nacional, situado justo al lado de los relucientes rascacielos de Diagonal Mar y del 22@.
Las obras de remodelación del complejo están congeladas desde hace meses, pero el proyecto estrella, Linguamón, cayó formalmente en diciembre. Debía ubicarse en la nave principal, la más emblemática porque incluye la Torre del Reloj que preside el conjunto. La retirada de la Generalitat de Catalunya del consorcio que formaba junto al Ayuntamiento barcelonés para impulsar la sede de la Casa de las Lenguas –diseñada por la arquitecta Benedetta Tagliabue– ha disuelto de facto el ente interinstitucional. También ha dejado en el limbo la custodia del recinto, es decir, su vigilancia y el mantenimiento mínimo para que no se deteriore el patrimonio mientras estén paradas las obras.
¿Quién custodia las naves?
Ayuntamiento y Generalitat no coinciden en su valoración de quien debe hacerse cargo de las naves secundarias. La principal, la que debía albergar Linguamón, está claro que la custodia la Conselleria de Cultura y está efectivamente sellada por una gran valla metálica que sella el perímetro e impide ver el interior. Cultura asegura que incluso cuenta con vigilancia regular y que recibió la visita de una delegación técnica tras la parada de las obras, que visitó el espacio para asegurarse que quedaba limpio y bien protegido.
El resto de naves de la antigua fábrica ya son harina de otro costal. Según la Conselleria, están a cargo del consistorio porque no forman parte del proyecto Linguamón. Según fuentes municipales, en cambio, la custodia de todo el conjunto está en manos de la Generalitat, a quien aseguran que cedieron el derecho de superficie de todo el complejo, es decir, "el control y mantenimiento de todo el perímetro". La cesión no se hizo gratis, iba a cambio de 18 millones de euros de inversión en Linguamón, por lo que las naves retornarán al ayuntamiento a todos los efectos una vez se haya disuelto oficialmente el consorcio. Entonces habrá que buscarle nuevos usos y uno de los que más fuerte suena desde hace meses es el Museo Nacional de Urbanismo promovido por el Ministerio de Fomento y prometido por Rodríguez Zapatero a Barcelona, pero todavía no ha habido confirmación por parte de la nueva ministra popular, Ana Pastor.
La asociación de vecinos del Poblenou rehúsa polemizar sobre a quien pertenece la custodia y mantiene su campaña de presión al Ayuntamiento. "Es el propietario y el responsable último, no puede mirar hacia otro lado", sentencia Xavier Pegenaute, presidente de la AVV. "Cuanto más tiempo pase, más se deteriorará y con lo que hemos luchado para que se preservara este patrimonio, no puede ser que ahora se caiga, no puede consentirse en Can Ricart ni en los otros Bienes Culturales de Interés Nacional que hay cerca de Pere IV", señala. "La crisis no durará siempre, así que debe hacerse todo lo necesario, obras si hacen falta, para asegurar el patrimonio y buscar usos públicos adecuados", indica. Joan Marca, impulsor de la Plataforma Can Ricart, va más allá y advierte de Can Ricart ha sido pasto de "la especulación inmobiliaria y la avaricia" y que las consecuencias las pagan ahora los antiguos trabajadores de la fábrica y los vecinos de la zona, que soportan "malos olores y plagas de insectos y ratones" procedentes del solar.
Tres naves llenas de escombros
Aunque presenta el aspecto fantasmagórico usual en edificios a medio construir, la nave principal está claramente mejor que el resto del complejo. Ha quedado como parada en el tiempo, con sólo la mitad de la cubierta instalada y la otra mitad a la intemperie. La torre luce una grieta zigzagueante y las tejas de cerámica originales –que se revenden muy caras entre restauradores profesionales– ya no están. Sólo si se indaga detenidamente tras la Torre del Reloj, al lado del descampado que ocuparán torres de pisos y donde hoy hay un puñado de discretas barracas, puede verse una surrealista mata de acelgas (¡acelgas!) silvestres.
También salen bien parados los pasillos entre naves, que tras la reforma serán calles peatonales. Les crecen hierbajos y están polvorientos, pero están bastante despejados. Si uno no se asoma al interior de las naves, sólo le llamarán la atención las pintadas reivindicativas y los coloridos graffiti que trepan por varias paredes medianeras. Ahora bien, el resto de naves de Can Ricart, más pequeñas pero igualmente catalogadas, están mucho menos resguardadas. Las más preocupantes son la antigua cerería y las dos pequeñas naves (Caldera y Sala de Vapor) que, según los vecinos, debían albergar almacenes del Museo de Historia de Barcelona (Muhba), aunque el Ayuntamiento no lo ha confirmado.
La Cerería Mas, una pequeña nave de dos pisos con una singular fachada asimétrica, todavía contiene los restos de la empresa familiar de velas que le da nombre. La escalera que comunica los dos pisos es de madera y acusa los años. En la planta baja quedan aún muebles del taller y un calendario de pared dormita sobre el mostrador, abierto por la página de Agosto de 2005, cuando fue desalojada definitivamente la fábrica. En el primer piso hay una increíble acumulación de cartones, cajas vacías, velas sin estrenar, mechas y moldes ocupando toda la superficie, desde el suelo hasta una altura de medio metro o más. Tal cantidad de papel y cartón al abasto de cualquier merodeador tiene un alto potencial incendiable y cabe recordar que Can Ricart ya ha sufrido un incendio y un conato desde su recalificación.
Las otras dos naves secundarias, las que podría recibir el Muhba, presentan un aspecto mucho menos romántico. Las plantas bajas están inundadas desde las lluvias de noviembre, lo que ha esparcido un desagradable olor. Como puede verse en el vídeo adjunto, grabado este mes de enero, las plantas superiores han sido llenadas con escombros y toda clase de objetos olvidados por indigentes y visitantes ocasionales. La nave del fondo contiene una montaña de basura que ya ha hundido un trozo de suelo y una pared lateral, de forma que parte de los objetos (ladrillos, cristales, ropa vieja, atrezzo…) se han derramado hasta el pasillo de acceso. La segunda nave tiene la planta baja llena a rebosar, hasta el techo, de persianas enrollables y marcos de puertas y ventanas. La cubierta, con afiladas vigas de madera, cables eléctricos colgando y uralitas rotas, está ya a medio caer. Incluso al elevar la mirada se descubre un joven árbol, quizás un pino, que se ha atrevido a crecer sobre el tejado.
Al otro extremo de la mitad pública de Can Ricart hay varias construcciones que albergaban oficinas y un bar, "el de la Paquita", que permanecen tal cual como las dejaron sus desalojados trabajadores hace seis años. Sillas y mesas de oficina llenas de polvo comparten sala con archivadores y papeleo mugriento. La barra del bar y sus mesas y sillas pueden verse al detalle a través de las rejas de la ventana, a pie de calle. Unas contundentes vallas metálicas separan la zona pública de la otra mitad, en manos privadas.
Cuando éramos ricos
Quizá lo más sorprendente de todo es que hace seis años, cuando la crisis ni se vislumbraba, este recinto abandonado estaba lleno de actividad económica y empleaba a unos 250 trabajadores. Algunas empresas cerraron forzadas por el desalojo, porque no podían costear el traslado de la maquinaria. Doce colectivos artísticos usaban espacios de alquiler asequible para sus ensayos. Entonces la recualificación parecía un gran negocio, porque permitía edificar cientos de pisos y oficinas. Se salvaron unas cuantas naves, las más destacadas, por la presión vecinal y la catalogación como patrimonio. La amnistía no sacrificó apenas techo privado, porque se trasladó la edificabilidad a los extremos del solar, que equivale a cuatro manzanas del Eixample. Can Ricart quedaba como un pintoresco patio interior peatonal, tapado por bloques modernos bastante más altos que la propia chimenea fabril.
La burbuja inmobiliaria y la expansión del distrito tecnológico 22@ impusieron su lógica, se desalojaron a golpe de porra a trabajadores atrincherados y a un grupo de okupas, se derribaron naves no catalogadas y empezó a materializarse Linguamón, que exhibía su proyecto en un Centro de visitantes aún montado pero cerrado. Hoy el pinchazo de la burbuja ha dejado en entredicho la idoneidad cronológica de la operación, aunque en la mitad privada sigue adelante la construcción del primer bloque residencial.
*Esta noticia cuenta con un video donde se puede ver el lamentable estad de Can Ricart
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La Vanguardia
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