Inspirados en las
residencias que fueron plataforma de movimientos culturales en el siglo pasado
-como Bateau-Lavoir, en París, donde convivieron Brancusi, Picasso, Modigliani
y Juan Gris, entre otros artistas- y tomando el modelo contemporáneo de PS1 en
Nueva York y Torpedo Factory Art Center, en Alejandría, semanas atrás abrieron
sus puertas al público dos espacios que, con diferentes conceptos, intentan
unir el principio del mecenazgo y la revitalización del patrimonio urbano. Con
ese noble fin, dos viejos edificios industriales que habían quedado atrapados
en barrios del centro y sur de la ciudad fueron acondicionados y convertidos en
talleres para artistas.
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BMS Art Building
funciona en una antigua fábrica de tanques de oxígeno, en el barrio del Abasto.
Es una propiedad de estilo racionalista un poco venida a menos pero que cuenta
con 4500 metros cuadrados distribuidos en 4 pisos, más áreas de transición. El
proyecto fue impulsado hace cinco años por Guillermo Rozemblum, titular de la
Fundación Rozemblum, que cedió las dependencias ahora intervenidas y ocupadas
por Marcello Mortarotti, Sandro Pereira, Paula Toto Blake, Federico Lanzi,
Martín Legón y Hernán Marina, y los colectivos de arte Oligatega, Conchetinas y
Provisorio Permanente.
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"El artista debe
dedicarse a crear. Para ello necesita un entorno, contención y management
", explica Rozemblum desde Venecia. "Creo que el Abasto tiene un
valor que merece destacarse, como las diferentes nacionalidades de los que lo
habitan, los más de 30 teatros off Corrientes y el área judía ortodoxa. Además,
es la cuna del tango y nuestro Garment District [N. de la R.: el distrito de la
moda en Nueva York]. El artista es el único que tiene capacidad para darle vida
a una zona olvidada, que puede generar belleza a partir de lo que otro
consideraría descarte. Este proyecto pretende autofinanciarse y llevar a
artistas latinoamericanos a diferentes partes del mundo para potenciar sus
carreras en conjunto con partners locales", agrega.
A cambio de un
alquiler simbólico y voluntario, los residentes tienen un lugar donde desarrollarse,
además de contar con un equipo que gestiona su producción. "Antes
estábamos en un departamento de San Telmo -recuerda Maxi Bellman, integrante de
Oligatega-. Era un lugar chico, así que cuando nos mudamos acá, del entusiasmo
que teníamos, empezamos a hacer obras grandes. Ahora volvimos a la normalidad.
Lo más interesante es la interacción que genera la vecindad. Nos visitamos, nos
prestamos materiales, y siempre surgen proyectos en común."
Barracas al Sur
Sin proponerse un
gesto semejante, el empresario Bernardo Fernández compró un monumental conjunto
arquitectónico de 60.000 metros cuadrados en Barracas, al borde de la Autopista
9 de julio, muy cerca del Riachuelo. Desde 1889 el edificio fue sede de la
Compañía Argentina de Fósforos y, más tarde, de la imprenta Fabril Financiera,
hasta que Fernández lo transformó en un laberinto de modernas oficinas y
depósitos de alquiler. Pero le faltaba algo. Después de ver en Hamburgo unos
edificios intervenidos por el arquitecto italiano Aldo Rossi, decidió convocar
a Pérez Celis para pintar la inmensa fachada que ahora emerge como un Rasti
multicolor en el paisaje del barrio. De ese vínculo nacieron una larga amistad
y un proyecto inesperado.
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Pérez Celis instaló su
taller en la fastuosa fábrica, y con él llegaron otros artistas consagrados que
fueron ocupando los espacios en los que antes funcionaban las calderas de la
imprenta, y a los que se accede por un montacargas. Hoy el Central Park es un
consorcio con vecinos de lujo. Entre ellos, Eduardo Hoffmann, Yuyo Noé, Hernán
Dompé, Juan Lecuona, Eugenio Cuttica, Marino Santa María, Daniel Corvino,
Mónica Van Asperen, Ana Candioti, Amalia Bonholzer y Cecilia Ivanchevich. Todos
participaron en mayo último de la primera edición de los Talleres Abiertos de
Par en Park, una iniciativa de Gustavo Fernández, hoy a cargo de la
administración del complejo.
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El éxito de
convocatoria lo animó a planificar un segundo encuentro para fin de año.
"Ceder gratuitamente estos espacios es algo especial, ya que además de ser
una suerte de mecenazgo, compartir con los artistas el lugar de trabajo, las
charlas, almuerzos y buenos momentos nos ayuda a salir de la vorágine laboral
cotidiana -dice Fernández-. Los talleres resultaron ser ideales, ya que son muy
luminosos y cuentan con la ventaja de tener seguridad y todos los servicios
dentro del edificio, como banco, restaurante, gimnasio, estacionamiento,
depósitos y hasta personal de mantenimiento. Sin querer, en estos años se
generó una movida cultural que ya estamos pensando en ampliar."
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