Los más viejos del lugar lo
conocieron en pie. Otros, quizás más jóvenes, sabían de su existencia, «por
oídas». Los más incrédulos, que en estos temas haberlos siempre los hay, hasta
dudaban de que la información contenida en el último cartel de la ‘Ruta de los
Batanes’, fuese correcta. Pero vaya si lo es. A pocos metros aguas arriba del
término de La Pasada existieron desde hace más de ciento sesenta años dos
pequeños batanes, bautizados respectivamente como La Máquina de los Alfileres y
El Batán de Vizcarraya. Este último está volviendo a ver la luz tras varias
décadas enterrado entre matas y malas hierbas, gracias al empeño de Pablo
Escudero y su familia, propietarios del prado en el que se asentaba el
establecimiento.
La primera referencia documental del
Batán de Vizcarraya data de 1854. Ante la demanda axfisiante por el uso
del agua, provocada desde 1828 por la proliferación de hilaturas, batanes,
lavaderos y tintes a lo largo del Río de Pradoluengo, los fabricantes tuvieron
que «buscarse la vida», recurriendo a otras corrientes fluviales en localidades
como Santa Cruz, Fresneda o Villagalijo. Aquellos con menos recursos, aguzaron
el ingenio y, ascendiendo un peldaño más sobre la ya saturada corriente del
Oropesa, exprimieron al máximo su potencial energía hidráulica.
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Este batancillo se microparceló
desde sus inicios en treinta y dos partes o suertes, siendo su valor de tan
sólo 17.920 reales. Sus dueños, Saturnino Sevilla, Juan Mingo, Paulino Martínez
y Lucas Alcalde, lo arrendaron en 1860 al batanero Lucio Córdoba por 850 reales
al año, comprometiéndose a instalar la ‘percha’ que daba lustre a bayetas
y paños. Si la vida de los bataneros era dura, rompiéndose las manos en el agua
helada o durmiendo sobre bayetas chorreantes de agua, el calificativo de
‘valientes’ se queda corto para los de Vizcarraya, cuyo tejivano a mil cien
metros de altitud les podía aislar por completo durante semanas.
A pesar del auténtico SOS que sigue
clamando en el desierto de las preocupaciones institucionales, ante el abandono
del patrimonio industrial castellano, el descubrimiento de Vizcarraya simboliza
que la indisolubilidad entre Pradoluengo y su industria textil no se ha apagado
del todo. En este caso, un recuerdo, el de la tradicional comida del día de
Santiago en el antiguo batán, sirvió para que Pablo, como inquieto enamorado de
su pueblo, cogiese la azadilla y, con trabajo y sudor, nos volviese a regalar
otra joya de este patrimonio. Fue dicho y hecho.
Todos los fines de semana, con
dedicación minuciosa, está limpiando pacientemente los restos de sus muros y
las piedras de su ‘caliente’ y su ‘caucera’. Porque sí y porque, en el fondo,
sabe que labores como esta son las que merecen la pena. Así, los senderistas
que lleguen hasta el paraje de ‘La Pasada’ podrán, si lo desean, acercarse a
ver las ruinas del Batán de Vizcarraya y formar parte de ese pasado textil de
la villa.
Fuente
de la noticia http://www.diariodeburgos.es
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