Patrimonio Industrial nacional e internacional

PATRIMONIO INDUSTRIAL - INDUSTRIAL HERITAGE - PATRIMOINE INDUSTRIEL

martes, 20 de septiembre de 2011

La industria del fósforo, Avellaneda (Argentina).

El día 15/09/2011 salió este artículo-reportaje de Edgardo Cascante sobre la industria de los fósforos (o cerillas), sus fábricas y sus trabajadores. Me gusta este tipo de artículos que nos muestran cómo era la industria de alguna localidad o país, pues nos acercan más al periodo de la industrialización, que aun siendo tan cercano, es desconocido para mucha gente. Por todo ello he decidido colgarlo integro, además pongo al final el link con la fuente.


Las cerillas, o fósforos, han sido uno de los inventos más prácticos del siglo XIX.
Han sido la solución de uno de los problemas de la vida cotidiana de la humanidad desde el más remoto de los tiempos: la disponibilidad inmediata de fuego. Determinaron el final de la milenaria necesidad de conservar encendida, en cada aldea, una llama comunitaria, la que tenía un valor tan estratégico como las armas.
Su producción industrial llegó muy rápidamente desde Europa a la Argentina; más exactamente al sur del Riachuelo.
Imagen del reportaje

Las empresas.
En la floreciente y pujante Barracas al Sud tempranamente se inició esta actividad fabril en gran escala. No debemos omitir a un precursor, D. Juan Bautista Palaa, francés (1828-1919), quien instaló en 1860 su fábrica de velas «La Estrella», un establecimiento modelo para la época. Pero aquel hombre carecía del conocimiento suficiente para incorporar en sus procesos industriales al elemento químico Fósforo, y fue por ello que -a pesar de estar en las condiciones más favorables -en 1882- fue que otro pujante industrial, Cayetano Dell Acha, le ganó de mano, iniciando en la calle Mitre 565 la producción de fósforos en esta ciudad. Seis años después aquella empresa «Cayetano DellAcha y Hno.», se convirtió en la «Cía. General de Fósforos», y en 1929 en «Cía. General de Fósforos Sudamericana». En esta última etapa ya se trataba de un emporio, con provisión propia de hilo de algodón (plantaciones en el Chaco e hilandería en Bernal), y talleres gráficos en Barracas (luego Cía. Fabril Financiera). Poseía tranvías de carga (zorras) que transportaban la mercadería entre sus plantas del suburbio sur.
Imagen del reportaje

Sus marcas más famosas fueron, cronológicamente, «Victoria», «Ranchera» y «Fragata».
Hubo en Avellaneda muchas fábricas de fósforos, aunque de dimensiones menores que la anterior. En 1899 se estableció «La Porteña» en Av.- Mitre y Lamadrid. En ese mismo año D. Manuel Urrea inició las actividades una industria tipo familiar en la calle Alsina al 100, pero en 1905 se asoció con el político conservador Domingo Barceló, y ampliaron la fábrica haciendo una entrada por la actual calle Mons.
Piaggio (en aquella época llamada 25 de Mayo). Sus productos eran los fósforos «San Martín» y «Así» (perfumados). En 1910 Barceló ya estaba plenamente involucrado en la actividad política y dejó de figurar en aquella sociedad, que pasó a denominarse «Urrea Cañadas», con domicilio en Brandsen 1250. Posteriormente se mudaron a Zeballos 2.200.
Imagen reportaje

La «Cía Fosforera Argentina» en Piñeiro, calle Fraga 623, producía en 1907 las marcas «H» y «Sol». La empresa «Demarchi Hnos» hacía la marca «Chispas»; desde 1919 sus instalaciones estaban en Güemes y arroyo Crucesita (actual Brandsen). También existió la «Fosforera del Plata», en América del Norte y Villegas, en V. Domínico.
Y para concluir con este inventario de empresas debemos nombrar a «Mantero y Balza», en Av. Mitre 2.240. Fue la segunda en orden de importancia. Una parte del antiguo edificio actualmente está integrado a las instalaciones de una escuela privada
Las personas (las trabajadoras)
En la sociedad de 1910, una fosforera era la obrera de la industria del fósforo. Al igual que a las de otras actividades industriales, se les decía despectivamente «fabriqueras»; la discriminación era evidente, pues al similar masculino no se aplicaba por analogía el vocablo «fabriquero».
En esa época, para el sector social autocalificado como de «familias decentes», no estaba bien visto que la mujer trabajara, salvo en la docencia. Sin embargo una mujer con hijos, sola, viuda o abandonada, no tenía ningún tipo de protección social, quedando condenada al hambre y la miseria.
Como ha ocurrido con otras industrias, en la del fósforo la primera etapa ha sido artesanal. Por eso, lo más barato era contratar mujeres y niños paupérrimos para realizar tareas que no requerían fuerza y rudeza como en los frigoríficos; y además porque la ley permitía pagarles menores salarios y mayor cantidad de horas de encierro. En Avellaneda hubo industrias en donde el personal infantil cumplía turnos nocturnos.
Imagen reportaje

Los varones no superaban el treinta por ciento de la dotación de una planta de fósforos. En los galpones se trabajaban jornadas interminables, respirando las venenosas emanaciones de fósforo, muy dañinas para las vías respiratorias, la piel, la vista, etc. Todo el personal de fábrica arruinaba severamente su salud. No existían los derechos laborales; y el único destino de un trabajador enfermo era a la calle.
Sin embargo la nueva clase trabajadora suburbana tenía características culturales diferentes a las de sus pares rurales; no era tan sumisa y se animaba a protestar. Barracas al Sud ha sido un escenario clave de los primeros levantamientos obreros argentinos, aun sin estructuras sindicales. A finales de 1901 hubo un movimiento de huelgas coordinado entre las barracas Buen Orden, Esperanza, San Blas, Francesa y Franco-Belga, y Mercado Central de Frutos.
 En enero de 1902 los obreros de la textil «Campomar Hnos.» se alzaron en una huelga que, tras una tregua, volvió a ganar la calle en septiembre de 1903 hasta fines de diciembre. En noviembre de 1904 hacían lo mismo los del «Astillero Mianovich», del «Molino Riachuelo» y del frigorífico «La Blanca», y en diciembre se sumaron los trabajadores de «La Negra». Todos estos antecedentes impulsaron a las obreras de la «Cía General de Fósforos», quienes se animaron a una gran huelga en reclamo de mejoras salariales y de condiciones laborales.
«El lunes se han declarado huelga en la fábrica de fósforos La General 380 mujeres. Por galantería sin duda, como no podía menos de suceder, se agregaron 180 obreros que trabajan con ellas.» El Pueblo, 11-06-1905.
 Retomaron la huelga en 1906, y en 1909 fundaron la «Asociación de Fosforeras», un hito importantísimo en la historia de los derechos de la mujer.
El desabastecimiento de cerillas (artículo de primera necesidad hasta que se inventó el chispero eléctrico) tuvo fuerte impacto en la población.
A partir de entonces, comenzó a trascender la realidad de aquellas injusticias. Aunque no todo el mundo leía el diario, casi todos los pobres gustaban de la música popular. Fue así que surgió «Fosforerita», un tango (1926) de Bmé. Chapela y Amaro Giura. Ha sido un tema precursor en nuestra canción protestataria, pues rescataba los valores de las trabajadoras de las fábricas. Sus primeras intérpretes han sido Azucena Maizani y Herminia Velich. Lo han grabado F. Canaro, Roberto Firpo y Osvaldo Fresedo. Es curioso, que ambos, sus autores hayan sido conservadores y muy amigos de Alberto Barceló. Sin embargo, un adversario político, Crisólogo Larralde, los felicitó en una extensa nota publicada en el diario La Libertad, por dicha creación musical.
 Los fósforos y las «historias» populares
Es sabido que las fábricas de fósforos han usado diversas estrategias para incrementar sus ventas. En el siglo XIX, usaban como señuelo para atraer clientes, la incorporación de ilustraciones eróticas. Por eso: «El intendente de la Capital Federal solicitó a su par de Barracas al Sud su intervención para prohibir la circulación de cajas de fósforos cuyos grabados sean ofensivos para la moral y las buenas costumbres» (acta Nº 631, H.C.D. 11 de septiembre de 1890).
El coleccionismo de cajas ha sido otra estrategia, y por eso han impreso series muy bellas de pinturas de prestigiosos artistas para incentivar a los clientes.
Otra picardía provino del estado provincial; éste aprovechándose de que se trataba de un artículo primera necesidad, en 1934 decretó que un timbrado fiscal debía estar pegado en cada caja de fósforos. Era una forma de recaudación inescrupulosa que, debido a las quejas, finalmente fue dejada sin efecto.
En nuestra historia popular la frase «pasar la cajita de fósforos», fue hasta la mitad del siglo XX algo similar a la palabra soborno. Se decía, por ejemplo que a algunos árbitros del fútbol, en los vestuarios les daban una caja de fósforos con dinero en su interior para «arreglar» resultados.
 Una historia también pintoresca, fue aquella que hacía referencia al dueño de un importante diario porteño. Aquel señor, percatado de que en las cajas de fósforos de una famosa marca había menor cantidad de fósforos que los comprometidos, guardaba silencio a cambio de costosas propagandas en su diario.
Finalmente haremos mención al obrero fosforero de «Mantero y Balza» D. Carlos Páez Viraró. Este famoso artista plástico uruguayo trabajó algún tiempo en la fábrica de Sarandí, y él mismo ha contado que era un desastroso hacedor de fósforos siameses (dos palillos con sus cabecitas pegadas).
Fuente http://www.laciudadavellaneda.com.ar

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