Solo
un par de ejemplos del extenso patrimonio industrial de Galicia han sido
declarados bien de interés cultural (BIC). Se trata de las fábricas de
Sargadelos y de los arsenales militares de Ferrol, según apuntan expertos de
las universidades de A Coruña y Santiago, que, al tiempo, denuncian que decenas
de edificios singulares agonizan en puertos y zonas de trabajo de Galicia a
pesar de su innegable valor arquitectónico. La declaración BIC impide un
hipotético derribo y aporta el carácter de dominio público a los elementos
arquitectónicos, pero también supone una serie de ventajas fiscales para los
propietarios, que deben solicitar permisos especiales para cada actuación.
Además, los inmuebles pasan a tener una figura de protección en las normas que
rigen el crecimiento urbanístico del municipio (el plan general
correspondiente).
Los
arquitectos se quejan de lo mucho que les cuesta a las Administraciones
catalogar y proteger excepcionales muestras de corrientes como el racionalismo,
por ejemplo, cuya conservación, además de contribuir a un crecimiento
sostenible, es más rentable que derribar para volver a construir. El puerto de
A Coruña perdió dos inmuebles -la Fábrica de Hielo y la factoría Pebsa- que
acumulaban muchos e importantes elementos arquitectónicos, pero que también
eran muy versátiles para acoger nuevas actividades y darle una identidad muy
determinada al área portuaria.
El
proyecto de la Fábrica de Hielo (1943) es del constructor e ingeniero Rodolfo
Lama Prada y del arquitecto Santiago Rey Pedreira (uno de los máximos
exponentes del racionalismo en Galicia y autor, en la misma ciudad, del mercado
de San Agustín, el estadio de Riazor o el edificio Torres y Sáez). En su
momento aportó una innovación muy funcional para un puerto que era un espacio
más de la vida urbana en A Coruña.
Lama
Prada confió el diseño a su amigo Rey Pedreira, que, según relatan diversas
publicaciones, «trazó una equis sobre el solar» para crear una planta con una
bóveda formada por dos láminas cilíndricas de hormigón y que apuesta (según la
descripción del proyecto) por la búsqueda de soluciones que se integren en la
fachada marítima y sean útiles para el trasiego pesquero. «Se adoptó este tipo
de forjado por su mejor aislamiento del calor exterior y los rayos solares a lo
que contribuye la cámara de aire», detalla el arquitecto en un resumen técnico
redactado en los años 40 y con una de las primeras cubiertas planas que se
vieron en la ciudad. Aunque esta nave solo vivió 66 años, puesto que se derribó
el 9 de octubre del 2009 y a pesar de que durante años los arquitectos
alertaron de que se estaba perdiendo un edificio histórico. En la parcela
vecina sucedió lo mismo con otro inmueble -la factoría de la firma Pebsa
(1955)- del mismo constructor.
El
arquitecto Fernando Agrasar incide en destacar ejemplos sobre el caso contrario
y, por eso, pone como ejemplo rehabilitaciones de antiguas factorías, como el
mercado de Gondomar, el edificio de la Seat, en la entrada de A Coruña, aunque
reconoce que falta una figura de protección útil que impida que algunas «joyas»
corran mala suerte o no se conserven de la manera adecuada. Otro de los buenos
ejemplos que destaca es la estación eléctrica de Belesar, que acaba de ser
remodelada. Mientras, en el municipio coruñés de Culleredo, en la fábrica de la
Cros está a punto de concluir la primera fase de unos trabajos de restauración,
después de que el inmueble languideciese durante años.
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Xoán
Carmona Badía, catedrático de Historia e Institucións Económicas en la
Universidade de Santiago, apunta que ni siquiera en la Ley de Patrimonio
Cultural de Galicia que se aprobó en el año 1995 hay una categoría específica
para unos inmuebles que, además del arquitectónico, tienen un importante valor
histórico. «Trátase de espazos de traballo que son representativos dun sector e
dunha época», explica, y pone como ejemplo los muelles de Rande, la
Panificadora de Vigo o la factoría Massó de Cangas, una de las piezas más
«amenazadas» en la actualidad.
Reclamo
turístico
Este
historiador asegura que estos edificios representan parte de la identidad de Galicia,
que precisamente tienen un papel «crucial» y «sería suicida non valorala como
tal». Además, coincide con los arquitectos a la hora de asegurar que permitir
que se conviertan en ruinas es dejar pasar la oportunidad para poner en valor
«volumes construídos ás veces máis valiosos que os que se proxectan de novo».
Carmona Badía denuncia que Galicia se ha quedado al margen de los planes y
acciones nacionales para recuperar un patrimonio industrial que en otras zonas
de Europa se ha convertido en un importante reclamo turístico. Propone que
recuperar las antiguas minas puede revitalizar una zona en concreto y cita el
poblado minero de Fontao, en la localidad pontevedresa de Vila de Cruces. Uno
de los alicientes para poner en valor estos espacios sería convertirlos en
lugares en los que el entorno y la maquinaria antigua fuese la atracción, al
igual que ya se está realizando en muchas otras zonas de España y Europa.
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Los
expertos aseguran, además, que esta iniciativa serviría para renovar y
«modernizar» la imagen de Galicia en el exterior. De hecho, en Lousame hay una
empresa que ya ha comenzado a reabrir las minas de San Finx y el Concello ha
rehabilitado talleres que se pueden visitar. Al igual que las de Fontao, en
Vila de Cruces, y Valdeorras, se hicieron especialmente famosas en la Segunda
Guerra Mundial, porque suministraban al resto del continente wolframio, un
metal tan valioso como el oro e indispensable para las fábricas de armamento.
La Voz de Galicia
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