Patrimonio Industrial nacional e internacional

PATRIMONIO INDUSTRIAL - INDUSTRIAL HERITAGE - PATRIMOINE INDUSTRIEL

martes, 15 de mayo de 2012

Imagen del día. Miquel, el último molinero.

Hoy dedico la imagen del día al último molinero de Sant Jordi, y uno de los últimos de Mallorca.



Noticia de la imagen
Artículo de Mariona Cerdó
Ocurrió hace más de un siglo en un bosque de Canadá. Un leñador clavó la hoja del hacha en el espigado tronco, que cayó sobre la pinaza rompiendo el silencio del bosque. Era todo un ejemplar de Pino Tea, de 35 metros de altura y una madera muy densa y a prueba de lluvia y humedad. Lo talaron en el momento justo, ni una semana antes ni una después. «Hay que cortar cuando la madera duerme».

Guillem no es carpintero, pero sabe de madera. Ahora ya está jubilado, pero durante décadas ejerció de molinero en el Pla de Sant Jordi, puliendo listones y piezas de metal y colocando engranajes para que los molinos funcionaran a la perfección y extrajeran del subsuelo el agua que debía regar los huertos y los campos de la zona. Un oficio prácticamente desaparecido pero que su hijo, Miquel, continúa desempeñando. Él es el último molinero de Sant Jordi. Y uno de los últimos de Mallorca.

En el patio del taller, que se llama Es Moliner, reposan bajo el sol dos listones larguísimos, de nueve metros y una madera sorprendentemente densa y a prueba de lluvia y humedad. Son los mismos que un día partieron de Canadá rumbo a Europa y que, carambolas del destino, acabaron en el interior de un molino de Mallorca, conformando el cajón que succionaba agua del interior de la tierra.

Tras años de funcionamiento, aquel molino quedó abandonado. Fue entonces cuando Miquel rescató los listones, para reutilizarlos de nuevo. «La madera de hoy no tiene la calidad de la de antes, estos listones tienen más de 100 años y ahora los aprovechamos», explica Guillem. Miquel aprendió el oficio de Guillem y Guillem, de su padre, un payés con una destreza prodigiosa cuya salud le obligó a abandonar el campo. Fueron estas las circunstancias que le llevaron a fundar Es Moliner, que este año cumple su 60 aniversario mientras trata de sobrevivir a una doble crisis: la del campo y la económica.

En Mallorca hay en la actualidad 3.517 molinos, de los que la mayoría –2.721– son de agua, siendo el resto harineros. Sin embargo, prácticamente todos están abandonados. En Sant Jordi, sin ir más lejos –donde están registrados más de 1.300 molinos de agua–, tan sólo hay una docena en funcionamiento. Unos pocos más están arreglados con fines estéticos, pero basta otear el horizonte –poblado de torres descabezadas o, a lo sumo con dos circunferencias concéntricas que un día alojaron palas bicolor– para ver que prácticamente todos amenazan ruina. Lo mismo sucede en Sa Pobla y Campos, las otras dos zonas molineras de Mallorca.
A cinco minutos del taller, uno de los molinos reparados por Guillem y Miquel rueda a toda máquina, empujado por el embat. De vez en cuando cruje, y si se observa atentamente, puede notarse un leve estremecimiento, cada vez que el molino succiona. El agua transcurre desde el interior del molino por un corredor excavado en el marés, que prosigue por una pequeña acequia y que acaba en una gran alberca.

«El molino era la nevera de los payeses», explica Guillem. «Y las albercas, nuestras piscinas», añade Miquel. Los molinos de agua, tal y como hoy están diseñados, son relativamente modernos –el primero data de 1862, año en que un habilidoso sacerdote de Algaida diseñó la cola, que se orienta sola en función de la dirección del viento–.

Pero ahora «se están extinguiendo». Miquel ve como cada vez le llega menos trabajo y tiene que ir a buscarlo, normalmente a base de encargos de hoteles, agroturismos, promotores y amantes del patrimonio. Hoy en día, resulta mucho más barato comprar agua depurada para regar que extraerla del subsuelo, lo que ha provocado una subida del nivel freático del acuífero, la inundación de los campos y las plagas de mosquitos, cada vez más habituales en Sant Jordi.

«Parece que nos olvidemos de que vivimos del turismo», se lamenta Miquel. No en vano, el fin de los molinos significa perder una de las postales más bellas de la isla, la de los aviones aterrizando entre esbeltos molinos multicolor.
El Mundo

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