Artículo de José Sánchez Conesa
Hace unas semanas recibía la mala noticia del fallecimiento de Pedro 'El Santo', un enamorado de los molinos de viento. Lo visité en su morada de El Algar, era un hombre amable y servicial, firme defensor de estos artilugios peculiares del paisaje campero. Acompañó en sus pesquisas molineras a don Carlos Romero Galiana, descubriéndole nuevos ejemplares de decrépita corporeidad. Sirva este artículo como homenaje a estas gentes sencillas que nos van dejando y que sentían pasión por los gigantes del paisaje campesino, como era el caso de Pedro 'Grillo', de La Aparecida, quién en la terraza de su vivienda construyó uno de pequeñas dimensiones. Aún lo podemos ver desde la carretera.
Adentrarnos en sus orígenes es empresa casi destinada al fracaso, pues mucho se especula sobre ello: que si los griegos ya en el siglo I antes de Cristo, que si los persas en el VII, que si los árabes lo transformaron para mejorarlo, que si los cruzados lo introdujeron en Europa. Todo lo que queramos y un poco más. El caso es que durante la Edad Media se extiende su uso por todo nuestro continente, sirviendo para múltiples usos: bombeo de agua en tierras bajo el nivel del mar, aserradores de madera, prensado para obtención de aceite, fabricación de papel, trituración de los más diversos materiales. En la comarca que habitamos se han empleado para moler cereales, elevar aguas subterráneas para el riego de los campos y en menor medida, moler sal marina y picar esparto.
Siete siglos de historia
Carlos Romero da cuenta de la primera noticia que llegó a sus manos sobre la existencia de un molino, o más bien de un proyecto del mismo. Se trata de una carta fechada en el año 1383, (trascrita por mi antiguo profesor de Medieval Francisco de Asís Veas Arteseros), que dirige el Concejo de Cartagena al de Murcia. En ella se informa de un vecino de Cartagena llamado Ruy Segado, que trajo hasta aquí un árbol grande para la construcción de un molino de viento. No sabemos si finalmente se llegó a levantar tal artefacto.
Imagen de la noticia |
Otra información de 1571 refiere la existencia desde antiguo de dos molinos en lo alto del Molinete. Pero el primer testimonio gráfico que nos ha llegado es un dibujo de Balfagón, fechado en 1667, en el que se representan unos molinos de cuatro aspas. Curioso porque estamos acostumbrados a los molinos de ocho velas, pero la tipología de aspas era la predominante en Europa. En diversas publicaciones se ha reproducido un cuadro que relaciona los 81 molinos harineros existentes en 1755 por diputaciones, encabezando el listado San Antón con 21 de ellos, seguido por el Hondón con 11, después continúan San Ginés, La Magdalena y La Palma con 7. A ellos habría que sumar los destinados a la elevación de agua o de arcaduces. Entre la década de 1870, hasta los años 20 del siglo XX, irrumpe con fuerza el molino de velas latinas de sacar agua, que podemos ver ya en una ilustración de las tropas de Madrid que asediaban a la Cartagena cantonal de 1873. Años más tarde se introduce también la esbelta molineta americana, de metal liviano y que era capaz de subir el líquido elemento desde una mayor profundidad. Pero el golpe mortal a los molinos vendrá de la mano de la electrificación del medio rural, iniciada en 1957 con la inauguración de la Central Térmica de Escombreras. Comienza la lenta agonía que dejará en el horizonte sus siluetas laceradas, monumentos desnudos de la vida de antaño.
Autoridades y ciudadanos estamos todos concernidos en la responsabilidad de recuperar al menos algunos de ellos, mejorando la imagen de la propia ciudad en la entrada y salida por la autovía, urbe que pretende ser referencia en el turismo cultural. Con más razón si cabe. Pero como indicaba Romero Galiana, también deben rehabilitarse aquellos cercanos a las carreteras de acceso a las pedanías o en sus centros urbanos. Por ello proponía dos rutas molineras en su libro 'Antología de los molinos de viento', editado por Corbalán, exponiendo escrupulosamente además una relación tipológica, estética, fotográfica, histórica, con localización y estado de conservación, a fecha de diciembre de 2000, de los 154 molinos de viento. Recibió en tal cometido la colaboración inestimable de su amigo Juan Montoya Inglés, ingeniero y estudioso del tema por ser hijo de Salvador Montoya, que fue maestro aperador en La Puebla. Además nos ofreció un poemario a los molinos con una selección de versos de Carmen Conde, Antonio Oliver, José Zarco Avellaneda, Ángel J. García Bravo, Francisco Manteca, Juana Román Hurtado, María Teresa Cervantes, Carmen Arcas, Asensio Sáez, Emilio Rafael y Amparo Cervantes. Y es que los molinos han sido capaces de generar más belleza aún.
Recuerdo una de las sesiones del I Congreso Etnográfico del Campo de Cartagena en la que se suscitó un entusiasta debate por parte del catedrático Antonino González Blanco, defendiendo su rehabilitación por ser la mejor metáfora de muchos valores: el trabajo manual, tan poco valorado en España, que llevarían a cabo jóvenes alumnos en escuelas talleres para su capacitación profesional. Por otro lado sería un canto y una apuesta por las energías limpias, renovables y no contaminantes. Los molinos, una vez restaurados y en todo su esplendor, serían una llamada a la contemplación de las cosas y del paisaje.
La Verdad
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