Patrimonio Industrial nacional e internacional

PATRIMONIO INDUSTRIAL - INDUSTRIAL HERITAGE - PATRIMOINE INDUSTRIEL

viernes, 18 de mayo de 2012

El alma de La Encartada. Balmaseda (Vizcaya)

Fernanda de Ibarra entró a trabajar en la fábrica de boinas La Encartada en 1892. Su nombre ya aparece en los registros de empleados pocas semanas después de que la factoría echara a andar en el barrio de El Peñueco, en Balmaseda. A partir de ese momento, Fernanda quedaría unida a La Encartada hasta el último día de su vida. Madre de familia numerosa, ocupaba el puesto de maestra de costura. Su jornada laboral no terminaba al llegar a casa, sino que se llevaba unas cien boinas para coser mientras se ocupaba de sus nueve hijos y del hogar. Murió a los 76 años en la fábrica, cuyos dueños asumieron los gastos de su funeral.

Es uno de los testimonios que el hoy museo está recopilando con el objetivo de preservar las memorias de los antiguos empleados y reconstruir la rutina de la fábrica, pero también su vertiente más humana. Ya se han reunido más de 700 fotografías y decenas de emotivas historias llegadas incluso desde el otro lado del Atlántico.
encuentro el viernes Con motivo del Día Internacional de los Museos, que se celebra el próximo viernes 18 de mayo, La Encartada invitará a los extrabajadores a cruzar una puerta hacia el pasado y rememorar sus vivencias. Lo hace coincidiendo, además, con el quinto aniversario de la apertura de la pinacoteca de historia textil. Los antiguos empleados serán recibidos a partir de las 18.00 horas y sobre las 19.00 horas comenzará la exposición del proyecto.

Este consiste básicamente en archivar y digitalizar los documentos que se conservan sobre la anterior etapa del edificio. "No podemos permitirnos perder todo ese patrimonio", explica María José Torrecilla, que supervisa la iniciativa. Comprendió que el quinto cumpleaños era la fecha más idónea para ponerse manos a la obra y decidió no postergar más los planes. "La idea me rondaba casi desde la apertura del museo y me alegro de haberla puesto en marcha por fin", reconoce.

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Con una paciencia infinita descifra la caligrafía de la época de las nóminas que se conservan desde 1892 a la búsqueda de pistas sobre lo que se esconde tras las cifras. Así han salido a la luz los vínculos entre la plantilla. En la época de máximo esplendor de La Encartada hasta la Guerra Civil llegó a contar con 130 personas, por las 23 que resistieron hasta el cierre definitivo en 1992: "Familias de dos hermanos casados con dos hermanas, hijos de trabajadores... Hemos encontrado hasta 20 individuos repartidos en una horquilla de 40 años".

trabajo femenino También se han puesto de manifiesto las desigualdades entre hombres y mujeres. Ellas cobraban menos que ellos. Por ejemplo, el sueldo que Fernanda de Ibarra percibía como maestra de costura no era superior al de un peón o aprendiz de obra. Además, cargaban con parte de la responsabilidad del hogar". Entraban en la fábrica a los 18 años, pero ya desde los 14 aprendían a remendar las boinas que sus madres o hermanas cosían.

Nada de permisos de maternidad, se reincorporaban a su puesto entre tres y cinco días después del parto... y gracias, porque "si surgía alguna complicación en la recuperación, su readmisión quedaba comprometida". No sería hasta la década de 1920 cuando se generalizó la costumbre de que las mujeres dejaran su ocupación laboral para cuidar a la familia.

Se trabajaba seis días a la semana -en la fábrica, porque siempre quedaban cosas por hacer en los ratos libres- en tres turnos. Las mujeres solían fichar a las 8.30, a las 12.30 paraban para comer y volvían hasta las 18.00 horas. Los hombres eran habituales del horario nocturno, que comprendía desde las 18.00 a las 00.00 horas.

Toda su existencia giraba en torno a la fábrica. De hecho, residían en el mismo barrio de El Peñueco. Allí los niños asistían a la escuela y disfrutaban de las romerías populares. Y en la convivencia surgían amistades o roces. "Es curioso cómo en la documentación se reflejan las relaciones personales. Aparece que tal o cual es mala persona o, al contrario", destaca María José Torrecilla.

Las huellas escritas han ayudado a reconstruir el interior de La Encartada, pero la labor no podría completarse sin las entrevistas mantenidas con los antiguos trabajadores más y menos veteranos o con sus descendientes.

Desde México, Ángel Landa relataba con nostalgia sus orígenes. Nacido en Balmaseda en 1916, fue el menor de cuatro hermanos y quedó huérfano a una edad muy temprana. Quedó al cuidado de una tía paterna que trabajaba en la fábrica desde finales del siglo XIX, al igual que otra tía por parte de madre. Dos de sus hermanas se unirían poco después. "Parecía predestinado a La Encartada", dice María José Torrecilla. Su turno llegó a los 16 años, cuando entró ganando un jornal diario de dos reales.

Enseguida se implicó en el sindicato UGT y destacó por su activismo, consiguiendo que los empleados se afiliaran a la Seguridad Social. En su despedida el dueño de la fábrica le dio 25 pesetas deseándole suerte en su nueva vida. Pero le tocó vivir la Guerra Civil, ser prisionero en los campos de trabajo franceses en Argelia y combatir en el bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Más tarde se exilió en México. No volvería a Balmaseda hasta 1971.

El próximo viernes se escucharán muchas de estas historias. "Esperamos que la gente se anime, aunque sabemos que muchos se resisten a volver porque se emocionan", anima. Después de escuchar en qué consiste esta iniciativa para recuperar la memoria de La Encartada, decidirán si colaboran y de qué manera, si aportando fotografías o documentos o acceden a ser entrevistados. También están invitados los parientes de los trabajadores. "Hemos localizado a los tataranietos de Fernanda de Ibarra, pero ellos desconocen quién fue". Puede que lo hagan el día 18.
DEIA

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