Patrimonio Industrial nacional e internacional

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jueves, 11 de agosto de 2011

Los molinos de Campos del Río

Los molinos de Campos del Río han sido cuatro, conocidos por los nombres de Vitorio, Casilda, Cecilio y Jesús. Los tres primeros de agua y el último eléctrico. Los orígenes de los mismos son conocidos y documentados, excepto el de Vitorio, pero podemos precisar el año y para ello hay que tener en cuenta que la publicación en Murcia y el agua. Historia de una pasión hecha en el año 1834 del censo de los molinos dice: «En nuestra región hay 327 molinos harineros, de los cuales 109 son de viento (fundamentalmente en el área de Cartagena) y 218 de agua».
Menciona los que corresponden a cada pueblo y para el nuestro no le adjudica ninguno. Sin embargo, cuando el 11 de mayo del año 1841, José Guillamón Saorín solicita la construcción de un molino, hace referencia a la existencia de otro molino harinero y las necesidades para los habitantes de Campos del Río de la creación de uno nuevo.
Los diferentes dueños del Molino de Vitorio han sido Antonio José Valverde y Cañizares, Antonio Valverde López, Alejo Valverde Montoya, Mercedes Valverde Garrido y Joaquín Payá López de Amezola (1872–1958). Cuando fallece Joaquín Payá en 1958, el molino deja de funcionar y sus herederos, que son los actuales dueños, dejaron la molienda por otros quehaceres. Este molino se encuentra en estado ruinoso. Desde el lugar en que estaba el cubo, hoy enterrado, se puede ver la vieja piedra de unos 180 años de antigüedad. ¿Cuánto habrá molido a lo largo de su existencia? Un detalle importante a destacar de este molino es su famoso pino, que además de romper una de las paredes del molino, dio lugar a un mote que en el pueblo se conoce bastante: ´Los Pinares´.
Los dueños del Molino de Casilda fueron José Guillamón Saorín, Juan Hernández Avilés, Francisco Hernández Bernal (´El Calero´), Casilda Valverde Barquero (1897–1983), herederos de Casilda (Cayetano, Silvestre y Santiago) y Antonio Navarro Barquero (desde 2002).
Cayetano, hijo de Casilda, se marcha a Alemania para trabajar y cuando vuelve en 1968, el molino había dejado de funcionar. Su madre y hermano Santiago lo mantuvieron unos años más, con escaso funcionamiento, por lo que podemos decir que en 1965 deja de funcionar. Diez años después es vendido. De los cuatro molinos, es el que mejor está conservado, su estado es muy aceptable y sería ideal para su restauración.
Los dueños del Molino de Cecilio fueron Juan Valverde Garrido, Josefa Valverde Menargues, Cecilio Barquero Garrido (1898-1956), herederos de Cecilio (hermanastros: Antonio y José María Barquero Mena), Joaquín Barquero Moreno, María Antonia García Godoy y Gold Star Logistics S.L.
Cuando muere don Cecilio en 1956, el molino deja de funcionar. Sus herederos tampoco siguieron con la molienda. Se encuentra en estado ruinoso, al igual que su presa, que tantos ´papeles´ y trabajo costó.
Del Molino de Jesús, los propietarios fueron Jesús García Peñalver, Jesús García Barquero, Mercedes García Barquero y Antonio Robles Nicolás. Después de fallecer Jesús, en 1972, el molino deja de funcionar, pero de una forma irregular su esposa Clara lo mantiene unos tres años más. Es a partir del año 2000 cuando yo lo vuelvo a poner en funcionamiento, en Los Palomares, a modo de museo. Me permitieron llevarme sólo una piedra, la del trigo. Su otra piedra, la de la cebada y demás cereales, se encuentra donde la llevaron, a la huerta Almazara, para que duerma la noche de los justos.
Todos los molinos han tenido dos piedras, una para moler el trigo y la otra para moler otros granos como la cebada, el panizo... Como hemos dicho, uno era eléctrico y los otros de agua. De estos tres de agua, a dos de ellos le entraba el agua directamente y al otro, de Vitorio, tenía previamente lo que se denomina el cubo de almacenamiento y presión.
A partir de los años setenta, la vida de los molinos había terminado. Es un capítulo de más de cien años de historia de nuestro pueblo, pero aunque haya terminado porque sabemos que todo lo que empieza tiene su fin, nos queda el espíritu de todas aquellas personas reencarnadas en nosotros. ¿Seríamos capaces de despertarlo, aunque fuera para otros fines, para otra industria?
Matias Valverde García
La Opinión de Murcia

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