Hoy quiero dedicar la imagen del día a esta maqueta tan impresinante de un molino, hecho por Flavio de la Puente, recreando su espacio de trabajo. Me parece una buena iniciativa que el museo exponga esta maqueta que muestra el interior de un molino, y también el amor que sentia Flavio por su lugar de trabajo y su trabajo.
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Era feliz en su molino de Valle de Mansilla, entre el trasiego de los carros y de las gentes comarcanas que acudían allí a moler su grano. «Aquello tenía mucho ambiente, ¡la cocina estaba siempre llena de paisanos! Como había que esperar mientras se molía o llegaba el turno, pues unos jugaban a la baraja o charlaban, otros asaban unas patatas... siempre había jaleo». Flavio de la Puente, curioso y muy trabajadorín, riberano sensible y animoso, de duras manos y blando corazón, ojos alegres, es uno de esos hombres que disfrutan enormemente con lo que hacen. Tenía pasión por su molino. De hecho, nació prácticamente en la misma presa, año 1946. Hace poco se jubiló —siguió moliendo, como quien dice, hasta ayer mismo— pero no ha querido abandonar la profesión. No señor.
Desde el pasado mes de mayo, el Museo Etnográfico de León con sede en Mansilla de las Mulas muestra una espectacular maqueta, obra de Flavio, en la que este histórico luchador de Lucha Leonesa (otro gran exponente de que los molinos estaban entre los mejores campos de entrenamiento, molineros han sido algunos de los más grandes campeones de nuestro deporte autóctono) ha recreado, con todos los detalles, su querido lugar de vida y trabajo.
Tanto, que no sólo dispone de tolvas, piedras, trimueyas, rodesnos, cedazos, mangas y demás, sino que hasta funciona verdaderamente —entra el agua por unas tomas— y por tanto en ella puede seguirse a la perfección el intríngulis de estas maquinarias asombrosas y más complejas de lo que se piensa, pues para piensos sí se echaba directamente el cereal en la tolva, pero el trigo de pan subía por unos elevadores hasta la limpiadora, luego se molía, después entraba en la cernidora —con sus diversos grados de cernido— y más tarde el resultado caía en tres mangas: «Harina de primera, muy finina para pan, de segunda, y salvado», enumera.
De hecho, hace cinco meses el museo eligió la maqueta (en la que figura el mismo Flavio llevando un saco al hombro) como ‘pieza del mes’ y la demostración pública fue una de las más multitudinarias. «Yo, porque llevo toda la vida en esto, pero mis hermanas, cuando volvieron a oír el ruido de la piedra, lloraban como niñas», relata.
Del molino de Flavio, donde antes trabajaron su padre y dos tíos suyos (y un hermano dedicado al ganado, que también tenían), guarda este manitas muchos recuerdos. Entre los primeros, los del estraperlo: «Tenían miedo a que los guardias les pillaran moliendo de más, así que, como éramos ocho hermanos, nos ponían cada uno a cuidar un saco de harina junto a las sebes, por allí escondidos». «Claro, a lo mejor entraba un guardia al molino y si preguntaba a un niño ‘¿oye, tu padre está moliendo?’, pues le decías que sí, por eso nos alejaban». En torno a los años sesenta y setenta comenzó el declive de los molinos harineros, esa industria que desde siglos había proporcionado alimento (también serrería y a lo último hasta electricidad) y centro de vida social para nuestros pueblos (León fue de las regiones con más molinos de España), pero Flavio y los suyos decidieron continuar la tradición. «Teníamos también uno eléctrico, aunque ese lo usábamos menos para no gastar luz». Así que de las largas hileras de carros a la puerta pasaron a comprar cebada y centeno para molerla y venderla para piensos. Un trabajo que duró aproximadamente hasta los años noventa.
«Siempre tuve en la cabeza la idea de hacer una maqueta, ya de niño construí una, a mi manera», explica sobre esta réplica que le costó 10 años de labor y para la que no empleó ni un solo plano o anotación. Todo lo tenía en la cabeza. Ahora, su próximo y muy encomiable proyecto es restaurar su viejo molino —ya tiene subvención— de forma que sirva como museo vivo para que todos, y sobre todo los niños, sepan cómo se hacían antes las cosas. Con constancia, amor... y humor.
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