Autora Lourdes Pérez Moral
Hoy
es la aberrante cifra desahucios pero ayer era la paralización de obras por
parte de lucrativas promotoras que, tras su quiebra, propiciaron el calvario de
aquellos que habían confiado en ellas. Son los denominados "efectos
colaterales" de la burbuja inmobiliaria que parece no tener visos de un
desenlace tan ansiado aunque, para el caso que nos ocupa, aquello es ya otra
historia.
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La Casa del Ancla, denominada así por el emblema escultórico que adorna su
fachada, fue construida en 1869 por una casa vitícola malagueña pasando después
a una sociedad inglesa establecida en Jerez y posteriormente a la sociedad
española de automóviles Larroche Hermanos. En 1904 se estableció en ella un
centro de enseñanza superior y, cinco años más tarde, una familia sevillana la
habilitó como fábrica de aceite para después venderla al diputado, senador y
tres veces alcalde de Sevilla Antonio Halcón y Vinent quien a su vez la
traspasó al ya prometedor empresario oleícola Luis Pallarés Delsors en base al
impago de un préstamo. Era 1916. Ahora, una nueva unidad orgánica subordinada a
una explotación industrial, habría de albergar las fábricas de litografía y las
de envases de hoja de lata y de madera.
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Pallarés Hermanos se convirtió así en la primera empresa de la provincia de
Córdoba en integrar toda la cadena productiva (tiempo después lo haría su
competidora Carbonell) evitando definitivamente la irregularidad y la demora
con que las casas de envases servían los pedidos. Toda esta infraestructura,
que respetaría la parte noble del edificio, no sólo precisó de viajes a
Francia, Suiza y Alemania sino también la contratación de personal extranjero
(Klaus Rumvoldt, Ramon Fatta, Rudolf Groth, Rolf Roslie, Guillermo Baum y otros
muchos) que optaría finalmente por vivir en Cabra.
La quiebra de Pallarés Van Dulken y Cía en 1976 planteó la posibilidad de formar parte de una sociedad inmobiliaria al contemplar la legislación que uno de los sectores de máxima reactivación sería la promoción de viviendas resultando, además, que la demanda en Cabra podría ser notoria "de ser cierta la instalación de una residencia de la seguridad social" pero, la idea, se desestimó. La puesta en venta de este particular inmueble era sólo cuestión de tiempo aunque se retrasó hasta casi comenzar el nuevo milenio favoreciendo cierta pasividad, dejadez e incluso complicidad que desembocaría en una burda excusa para proceder al derribo salvo la fachada que fue notablemente alterada rompiendo así su fisonomía.
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Resulta chocante que en el vigente Catálogo de Elementos Protegidos de Cabra,
el edificio Casa del Ancla se enmarque en la categoría de elementos singulares
que "por su valor histórico, antropológico y etnológico merecen ser
señalados como patrimoniales debiendo garantizar la conservación de su papel
dentro del paisaje urbano egabrense". Menos mal que los testimonios orales
y visuales guardan la memoria y los ecos de este pasado fabril.
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