Autor Antonio Quintana Agüimes
Más
de 200 años tiene el molino de gofio de Ananías, único que queda de los siete
que había en la primera mitad del siglo pasado en Agüimes para transformar el
millo en uno de los productos obligados de la comida tradicional canaria. Al
igual que sucedió en las entreguerras, el gofio resuelve algunos problemas de
la actual crisis económica. "Algunos vecinos han comprado un cachito de
tierra para plantar millo y hortalizas y así poder abaratar la comida",
según Ananías Torres y Fefina Pérez, actuales regentes del molino que se
encuentra junto a la carretera que une el casco con el barranco de Guayadeque
Varias
generaciones de una familia han mantenido vivo hasta la actualidad el único
molino de gofio en activo de Agüimes en los últimos 41 años. El penúltimo,
situado cerca de las Casas Consistoriales de la villa, también era de los
herederos de Ananías Torres Santana hasta 1971, cuando su tienda y molino se
transformó en bar Ananías. "El molino de Ananías se remonta a finales del
siglo XVIII o principios del XIX", manifestó Ananías Torres Suárez, quien
junto a su esposa, Fefina Pérez Díaz, lo regenta.
El
molino de agua, situado en la carretera que va del pueblo al barranco de
Guayadeque, nació impulsado por el franciscano Francisco Javier Rodríguez
Melián y sus hermanas María y Belén. Tras ellos cogieron el testigo
sucesivametne Concepción Santana Expósito, Ananías Torres Santana y Josefa
Suárez Romero, padres de Francisco, Ananías y Luis Torres Suárez.
"Mucha
gente prefiere el gofio del molino tradicional y medio centenar de labradores
vienen al año a que les tostemos y molamos el millo para llevarse el
gofio", manifestó Fefina Pérez. Su marido, Ananías Torres, le echa una
mano en el proceso de transformación.
"Esto
nos da mucha vida, porque, además de estar en un sitio tranquilo, ayudamos a
muchas familias a mantener una tradición y a saborear el gofio, ya que muchos
nos dicen que sabe a galletas", expresó este matrimonio junto a su molino.
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Cernir
el millo, tostarlo, dejarlo enfriar, llevarlo al molino y molerlo con piedras
movidas por agua corriente del cubo situado sobre el techo, y que se surte de
las galerías del barranco de Guayadeque, para devolverlo como gofio a los
labradores es todo un proceso que tiene entretenidos a Ananías y Josefina.
Pero, además de millo, el molino tritura garbanzos, lentejas, chícharos
blancos, arbejas, trigo, cebada, centeno y saleo -unas hierbas de las costas
agüimenses- para hacerlos gofio o harina.
"Hacemos
de todo con el molino, aunque la cebada, el trigo y el centeno producen mucho
humo", expresó Fefina, que siempre ha estado trabajando en el molino por
las tardes, tras hacer sus tareas domésticas. En cambio, Ananías Torres ha
compaginado dicha tarea con trabajos en la construcción, electricidad,
fotografía y limpieza de aviones en el Aeropuerto.
La
etapa en que hubo más movimiento fue en la mitad del siglo pasado,
fundamentalmente el periodo entre guerras, de 1914 a 1949. "Fue el momento
en que venían muchos labradores a moler sus millos y cereales para paliar la
crisis que se pasó entonces", indicó Ananías. "También ahora vienen
muchos labradores, que se han hecho con un cachito de tierra, con sus millos y
hortalizas para disponer de gofio y verduras para abaratar sus comidas ante la
crisis que padecen", añadió Josefina.
En
las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, las dos piedras molían cinco kilos
de millo por hora, porque también había más agua de las galerías del barranco
de Guayadeque. "Ahora molemos un kilo por hora, pero esto no da para
comer, porque no se paga el tiempo que dedicamos al molino", comentó
Ananías. "Sin embargo, a mí me da alegría tostar y moler el gofio para la
gente que viene a solicitarlo", agregó Fefina, contenta del trabajo que
realiza.
Tanto
es así que este matrimonio no ha querido desprenderse del molino. "Hace
unos 15 años el Ayuntamiento de Agüimes nos propuso que lo cediéramos para
incorporarlo en las rutas turísticas, con el compromiso de contratar a mi hijo
Ananías", apuntó Josefina. "Nos negamos porque estamos convencidos de
que si lo hacíamos el molino quedaría como una muestra artesana y los
labradores no podrían beneficiarse de él para disponer de gofio", agregó.
Sin
embargo, ambos se mostraron muy contentos con la promoción que ha significado
para su molino la celebración de la subida del millo y la bajada del gofio
desde los molinos de Ananías y Lolita, que está cerrado en frente del suyo. Fue
un grupo de jóvenes de Agüimes que, al acabar la dictadura, quisieron conservar
viva la tradición convirtiéndola en un momento festivo, que tenía lugar a final
de verano. Así ya se han celebrado 36 ediciones de la traída del gofio y el
agua, con una importante participación tanto de agüimenses como de jóvenes del
resto de la Isla.
"Es
verdad que la crisis también se ha notado tanto en la subida del millo como en
la bajada del gofio y el agua, porque el Ayuntamiento este año trajo 150 kilos
de millo cuando el año pasado fueron 250 kilos para hacerlos gofio",
lamentó Fefina Pérez. Además, este matrimonio vendió otros 100 kilos para la
bajada del gofio.
"Hoy
hay máquinas para tostar y hacer gofios, pero hay un buen grupo de gente que
prefiere lo artesanal y siguen viviendo, porque nos dicen que el gofio que sale
de aquí sabe a galletas", apuntó Ananías Torres, que ve necesario que se
mantengan y se apoyen estos molinos artesanales.
Además
de los dos molinos de Ananías, Agüimes contó con otros cinco. "Está el de
Lolita, aquí al lado, el de Antonio Martín, el de Anastasito López, Francisco
Olivares y otro en el Cruce de Arinaga", apuntó. "Aquí viene este
chico Carlos Iván a ayudarnos y que es familiar de Francisco Olivares",
señaló Josefina.
"Esto
es una tradición que deberíamos cuidar para que lo usen y lo valoren nuestros
hijos. Aquí me han enseñado a picar la piedra, cómo funciona el molino, a
participar cuando tuestan y en la fiesta", expresó Carlos Iván Olivares
Cruz, bisnieto de Francisco Olivares. "Esto no se debe perder, porque
además de ser tradicional da mucha vida", lamentó el joven, recordando que
el molino de su bisabuelo fue destruido por un temporal de viento hace unos 70
años.
La Provincia
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