Artículo de David Rubio
En 1998, tras varios años de amenazas y meses de reuniones, protestas y manifestaciones que resultaron infructuosas, cerró definitivamente la Azucarera de Veguellina de Órbigo. Los tractores dejaron de hacer cola a la puerta y la localidad perdió el que sin duda había sido su principal motor económico durante casi un siglo, la única industria (junto a la cercana fábrica de Kraft, que adquiría allí el azúcar para sus productos) de toda la comarca.
En 2010, el joven cineasta leonés Alejandro Suárez buscaba una localización para rodar su cortometraje ‘Hidden soldier’, ambientado en la Segunda Guerra Mundial y desarrollado en medio de un bombardeo del ejército americano sobre el nazi. Con pocos efectos especiales, en la abandonada Azucarera de Veguellina de Órbigo encontró el escenario perfecto. Una década de olvido fue suficiente para convertir la vieja molturadora, los hangares, los hornos y las oficinas en los restos de un campo de batalla.
Fue la primera azucarera de las tres que funcionaron en la provincia. Hoy, sólo permanece activa la de La Bañeza. La otra, la de Santa Elvira, en la ciudad de León, ha comenzado su transformación en un palacio de congresos que, con una inversión millonaria (ahora, como todas, pendiente de los recortes de las administraciones), debería traer a la capital la bonanza económica que antaño viajaba en remolques cargados de la raíz que transformó la agricultura leonesa.
Los marqueses de Duro Felguera, que descendían de Carrizo de la Ribera, encargaron la construcción de esta fábrica, inaugurada en 1900 y cuyo crecimiento fue imparable: empezó molturando 5.000 toneladas por campaña y terminó con esa misma cantidad cada día. Pasear hoy por sus restos es una metáfora extraordinariamente gráfica de la importancia que tuvo para toda la comarca del Órbigo y, también, del olvido al que ha sido condenada por culpa del sucesivo fracaso de las políticas agrarias nacionales y europeas, en eterna reestructuración.
Gatos, cigüeñas y palomas son ahora los únicos habitantes de la Azucarera de Veguellina de Órbigo. Sus excrementos y sus cadáveres inundan la galerías, los corredores, las oficinas... Grandes paredes fueron demolidas en su día para extraer toda la maquinaria a la que se podía dar utilizad en alguna de las otras plantas de Ebro, empresa propietaria de la ruina. En las ventanas, no queda un cristal entero. Entre la maquinaria oxidada, no queda un gramo de cobre. La Guardia Civil pasa varias veces al día para evitar el robo de chatarra, que ya se antoja verdaderamente complicado pues todo lo que tenía valor y cabía en una furgoneta ya ha desaparecido.
Las principales naves se conservan como esqueletos de dinosaurios. Los techos se han hundido en la mayoría de los casos. Las paredes que quedan en pie se han convertido en lienzo para los grafiteros locales, sin duda algunos con más talento que otros. Hay frases para todos los gustos, desde la filosófica “La vida nos es dada” a la rimbombante “Alimento al viento con mi aliento”, pasando por la radicalmente feminista “Sólo solas somos libres”. Por la cantidad de litronas vacías, la antigua fábrica ha pasado a ser un decadente escenario donde hacer botellón y, según las dependencias, también un nido de amor. Sólo molesta, aunque lo hace hasta el punto de asustar, el paso de los trenes de la línea León-Ponferrada que aún sigue partiendo en dos el pueblo de Veguellina.
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La entrada aún conserva los carteles que separaban las dos filas: la de productos a un lado, la de remolacha al otro. Aún se leen las matrículas de los coches de los trabajadores en sus respectivos aparcamientos, las duchas y los baños, los hornos reventados, llenos de ladrillos,las estanterías de las oficinas, documentación amarillenta y hasta las ‘Reglas de seguridad para trabajos en máquinas herramientas de muela abrasiva’.
Así es como la vieja Azucarera espera a que se consume el ambicioso proyecto de su urbanización. El Ayuntamiento de Villarejo de Órbigo firmó con la empresa propietaria un convenio que, como la propia fábrica, parece haberse quedado en el olvido. En ese acuerdo,suscrito en 2006 durante la etapa del socialista Carlos Mayo como alcalde (ahora lleva el bastón de mando Estrella Fernández, del PP), el Consistorio se comprometía a reurbanizar los terrenos de la Azucarera. De los 80.000 metros cuadrados a lo largo de los que se distribuyen las instalaciones, 15.500 se convertirían en urbanizables, un terreno perfecto para levantar 400 viviendas. Con los 1,2 millones de euros que recibiría el Ayuntamiento, se tenía previsto construir de un bulevar hacia la carretera de La Bañeza, convertir una de las grandes naves en polideportivo, hacer un parque de 5.000 metros cuadrados y realizar un inmenso centro cultural. La empresa se encargaría de hacer las ruinas, ya que tan sólo quedaría en pie, por su valor como patrimonio industrial, una de las dos grandes chimeneas, la que 1914, donde ahora anidan las cigüeñas.
Por ello, el Ayuntamiento recibiría 1,2 millones de euros. Todo ha quedado paralizado, en su día “por la inestabilidad política”, dice el entonces alcalde; ahora, sobre el papel, a la espera de que el Ayuntamiento de Villarejo apruebe su Plan de Ordenación Urbana y, como telón de fondo, con el estallido de la burbuja inmobiliaria, que ha dejado el ambiente poco dado a obras faraónicas.
Mientras, en la vieja Azucarera de Veguellina, suenan los ecos de los agricultores que se levantaban de madrugada para sacar la remolacha de la tierra helada, con más peso y menos humedad, que se pasaban el orujo para hacer tiempo mientras esperaban su turno y que, como las propias ruinas, quedaron atrapados entre dos crisis, la eterna del campo y la salvaje del ladrillo.
Imágenes de la azucarera
Imágenes del blog http://viendoleon.blogspot.com/ |
Diario de León |
Imagen de http://www.leon.postcapital.org |
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