Artículo
de Sergio Martín Blas para El País
Arquitecto
y miembro del grupo de investigación NuTAC-upm
La
crisis ha abierto un periodo de reflexión sobre cómo debemos construir nuestras
ciudades. Tras décadas de crecimiento extensivo y de grandes proyectos, el foco
se ha desplazado hacia los procesos de transformación, abiertos a más agentes e
iniciativas, mientras los grandes operadores se lamen las heridas.
Los
espacios sin uso ocupan una posición central en este nuevo contexto, y se
analizaron en la cuarta jornada “Holanda en Madrid”, celebrada el pasado 13 de
abril y organizada por el grupo de investigación NuTAC de la UPM, con el apoyo
de la Embajada de los Países Bajos, el Ayuntamiento de Madrid y la asociación
Espacio Vecinal Arganzuela (EVA). Solares, edificios abandonados, de propiedad
pública o privada, antiguos palacios, naves o complejos industriales,
estructuras deterioradas o en ruina, conforman una variedad de situaciones a las
que se denomina “vacíos urbanos” en los debates e investigaciones recientes.
La
palabra “vacío” expresa el enorme potencial de un soporte supuestamente sin
contenido, a la espera de ser llenado con nuevas construcciones y actividades.
Y este “vacío urbano” es objeto de un interés prioritariamente económico: su
aprovechamiento promete beneficios o ahorro, frente al coste de su abandono o
mantenimiento.
Estas
premisas han guiado el trabajo de investigación “El valor del vacío” presentado
en la jornada por los profesores Carlos Lahoz y Carlos Martínez-Arrarás. La
primera fase del trabajo, terminada en 2013, arrojaba para la llamada “almendra
central” de Madrid tres millones de metros cuadrados de edificación potencial
sobre “vacíos”, a los que se atribuye un valor de 12.000 millones de euros.
Frente
al valor económico, otros han querido dar prioridad al potencial social de los
espacios sin uso, aunque sigan identificándolos como “vacíos”. Basta recordar
el ambiguo Pla BUITS impulsado por el Ayuntamiento de Barcelona para la cesión
temporal de solares en desuso.
En
definitiva, el término “vacío” parece el más aceptado para hablar de estos
espacios, y es hora de preguntarnos si realmente son sólo un soporte que espera
ser “llenado” con usos o construcciones. Para empezar, la ausencia de uso en un
espacio no implica que esté vaciado de significado y valor urbano, cualidades
que dependerán de su tamaño, forma y posición en relación al resto de la
ciudad. Pero además, algunos de estos supuestos “vacíos” contienen valores
relacionados con la memoria de nuestras ciudades y sus barrios, un patrimonio a
menudo legalmente protegido sobre el que se multiplican las contradicciones.
En
realidad, que lugares y edificios como los de la antigua fábrica Can Batlló en
Barcelona o el antiguo Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi en Madrid sean
entendidos como “vacíos” podría explicar los planes que se ciernen sobre estos
y otros ejemplos. El caso del Mercado de Legazpi es paradigmático. El “relleno”
es ahí casi literal: el actual proyecto municipal recicla una propuesta de 2007
que entendía la estructura antigua como mero soporte para un crecimiento acorde
con la mentalidad que alimentó la burbuja. El gran patio central de los años
treinta se ocupa con nuevas construcciones, colmatando y produciendo más metros
cuadrados, alterando un elemento fundamental para la compresión de su
estructura, anulando su potencial como espacio público que la ciudad podría
ganar a ras de suelo. Además, los interiores se transforman y se “rellenan” en su
mayor parte con oficinas para funcionarios municipales, produciendo un gran
contenedor casi cerrado al contexto urbano. Por último, las fachadas del
edificio histórico -uno de los mejores ejemplos de arquitectura pública de los
años treinta en la capital- se alteran para proyectar una imagen genérica que
desdibuja y borra la memoria del lugar y los materiales de su arquitectura.
Afortunadamente,
vecinos y asociaciones ciudadanas como EVA vienen reclamando, en estos y otros
supuestos “vacíos”, la atención a los valores urbanos y culturales relacionados
con la identidad específica de los barrios y ciudades. No se contentan con la
asignación de metros cuadrados para actividades vecinales, con la gestión
social de determinados espacios que, por lo demás, suelen asumir una posición
residual en los proyectos de “relleno”. Es hora de que ayuntamientos como el de
Madrid y Barcelona atiendan a estos movimientos, que se liberen de la inercia
de los grandes proyectos, públicos o privados.
Otras
ciudades europeas han demostrado que los espacios sin uso pueden ser
reactivados "desde abajo", con iniciativas más atentas a los valores
urbanos y culturales, y no sólo al inmediato ahorro o beneficio económico.
Sirva, como ejemplo, Ámsterdam, que desde su oficina Bureau Broedplaatsen apoya
a asociaciones y particulares que identifican espacios sin uso en los que
desarrollar sus actividades. Su director, Jaap Schoufour, invitado al
mencionado encuentro “Holanda en Madrid”, explicó cómo las políticas de
reactivación pueden fomentar la iniciativa ciudadana, su capacidad para
entender el potencial de los lugares, invertir en su transformación y adaptarse
a espacios y situaciones no ortodoxos.
Al
fin y al cabo, como decía Jane Jacobs, “las nuevas ideas necesitan viejos
edificios”. A lo que se podría añadir que son necesarias para entender que
edificios y espacios sin uso no son simples “vacíos”, sino lugares capaces de
inspirar una transformación profunda de nuestras ciudades y del modo en que las
pensamos.
Fuente
del artículo El País
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