Autor: Sergio C. Fanjul en El
Viajero del País
Bajo el frondoso verde oscuro, en
los intricados valles de las cuencas mineras asturianas, duerme el negro del
carbón. Durante generaciones, empresas de diferente índole han horadado la
tierra para arrancarlo de la roca y extraer su energía. Es una tierra cuya
superficie parece haber sido rizada por la injusticia, la explotación y la
lucha. Los abuelos de los actuales mineros, que protestan por la posible
desaparición del sector si no se hacen efectivas las ayudas acordadas, lucharon
en la Revolución de 1934 y en la Guerra Civil, y sus padres en las inopinadas
huelgas de 1962, La Huelgona, con el franquismo enfrente. Ahora es
su turno. Las cuencas han sido tradicionalmente un polvorín, fuente de fuerte
conflicto social. Pero hubo alguna ocasión en la que alguna empresa quiso crear
una utopía para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores… ¿o para
lavarles el cerebro?
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En la ribera del río Aller, al borde
del concejo de Mieres, en la Montaña Central asturiana, está el poblado minero
de Bustiello. Visto desde fuera llama la atención el orden estricto en el que
están construidas las casas uniformes, la iglesia neorrománica, el antiguo
Casino, la escuela o las antiguas residencias de los ingenieros; un orden que no
se aprecia en el destartalado caos de los pueblos cercanos.
Y
es que Bustiello, este pueblecito de aspecto apacible, sobre todo en esos días
en los que la sempiterna nube asturiana deja pasar los rayos del sol, fue
construido bajo estricta planificación para cumplir los alucinógenos sueños de
don Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas y, a la sazón, dueño de la
empresa Sociedad Hullera Española en los comienzos del siglo XX. Su padre,
Antonio López y López fue un joven cántabro de baja extracción social que hizo
fortuna, primero como indiano, y luego con un holding de
empresas navieras y de ferrocarril, entre otras. El primer marqués necesitaba
una fuente de energía para alimentar a sus barcos de la Compañía Trasatlántica
y sus trenes de Ferrocarriles del Norte (embrión de Renfe), así que compró la
empresa minera, una de las primeras explotaciones de la cuenca asturiana y
después… falleció.
El segundo marqués, que estaba más
preocupado por una vida religiosa y espiritual, tras la muerte del primogénito
de la familia, se vio en el trance de manejar lo negocios familiares. Debió
decirse algo como: si yo no puedo ir solo hacia Dios, lo haré con mis empresas.
Bustiello fue ese pueblo donde la rectitud cristiana imperaría, donde el obrero
sería bien tratado y daría ejemplo, en una época en las que las condiciones de
trabajo de los mineros eran lamentables, con extenuantes jornadas laborales,
sueldos de miseria y seguridad nula.
“El marqués en realidad quería
formar un concejo minero con los territorios por donde se extendía su empresa,
pero ante la imposibilidad política de hacerlo (pertenecían a otros concejos
como Mieres, Lena o Aller) construyó en el centro su capital: Bustiello. Era
como un faro moral en el corazón de la cuenca, quería mostrar como serían las
cosas sí se hacían como él quería”, explica la historiadora y guía turística
del Centro de Interpretación del Poblado Minero de Bustiello María
Fernanda Fernández. Aquí viviría una elite minera que sería ejemplo para los
demás y estaría alejada de los sindicatos subversivos y “peligrosos”.
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Así, Bustiello se construyó entre
1890 y 1925 en unos terrenos comprados por el marqués. La orografía del lugar
fue modificada para representar las jerarquías que se establecían: se formaron
colinas para que la Iglesia y los edificios públicos estuvieran en el nivel más
alto, dominando el pueblo; en un segundo nivel se edificaron las casas de los
ingenieros, y abajo del todo las viviendas de los trabajadores, viviendas
adosadas de dos en dos, para dos familias con jardines independientes. Desde la
casa que ocupó el ingeniero don Isidro, hoy día transformada en Centro de
Interpretación, se tiene una buena visión panóptica de las casas de las 40
familias seleccionadas que vivían en aquella utopía cristiana. “Además”,
explica Fernández, “era un pueblo cuya única salida al exterior era el puente
que pasa sobre el río, con un guarda constantemente controlando el paso. Es un
pueblo aislado del mundo alrededor que, literalmente, se podía cerrar”.
Eran los tiempos de la encíclica De
Rerum Novarum del papá León XXIII que instaba a las mejoras en la
condiciones de vida de los trabajadores dentro del capitalismo más salvaje y,
claro está, lejos del movimiento obrero revolucionario, y la iniciativa del
marqués de Comillas fue muy aplaudida. Aparte del mero interés cristiano podía
haber otros factores que animasen al marqués en la construcción de su sociedad
perfecta: el control de los obreros, alejándolos de los sindicatos socialistas
como SOMA (Sindicato de Obreros Mineros de Asturias) de Manuel Llaneza, y
amparándolos en su propio sindicato, el SOC (Sindicato Obrero Cristiano) y
también el llamado “pietismo burgués”: los burgueses sin raigambre de la época
querían equipararse al prestigio de la nobleza y la aristocracia practicando la
filantropía, según explica María Fernanda Fernández.
“Bustiello era una jaula de oro que
desde fuera unos miraban con envidia y otros con recelo”, explica. Los mineros
que vivían aquí, seleccionados entres miles de trabajadores, mayormente
capataces, vigilantes, barreneros y picadores (estos últimos piezas esenciales
sin cuyo concurso podría pararse la producción fácilmente), tenían que pagarle
el alquiler y los productos del economato a la empresa, y disponían de un
terreno delante de casa para que no tuvieran que volver a su pueblo a coger
manzanas o plantar lechugas, y así el desarraigo fuera total. El Casino
funcionaba como una antitaberna: en las tabernas al uso los mineros pasaban su
tiempo de ocio bebiendo sidra, y muchas veces conspirando entre soflamas
revolucionarias.
En Bustiello se podía beber, pero no
alcohol, se podía leer, pero solo el periódico que publicaba el Marqués, y, en
el piso de arriba de la taberna, estaban los guardas por si había que bajar a
amedrentar a algún díscolo. Sin taberna, o con una antitaberna en aquellas
condiciones, el espinazo social estaba roto. Por supuesto, en la escuela se
adoctrinaba para criar obreros dóciles. Hoy en día la taberna y una de las
casas de los ingenieros se ocupan por residencias de la tercera edad. Por su
parte, la antigua escuela es un albergue de juventud, bastante útil para los
esquiadores ya que el Poblado está de camino al concejo de Aller, donde se
encuentran todas las pistas de esquí asturianas. ¿Entonces, se vivía bien en
Bustiello? “Cada cual valora unas cosas y en Bustiello se perdía mucha
libertad. Pero lo cierto es que el bienestar era muchísimo mayor que en el
resto de los pueblos mineros, donde las condiciones eran realmente duras”,
cuenta la historiadora.
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El Poblado es una mezcla entre los company
towns británicos de la época en lo socioeconómico (es decir un pueblo
de la empresa) y una ciudad jardín francesa en su urbanismo, en el que se
mezclan elementos de la arquitectura modernista catalana y elementos
tradicionales asturianos. Bustiello, y el experimento social que cobijó en su
seno, es un ejemplo paradigmático de lo que se ha llamado paternalismo
industrial, ese movimiento en el que las caritativas empresas se ocupaban de
sus empleados como de hijos que nunca crecían. En 1970 las casas en arriendo
fueron vendidas a sus inquilinos, algunos vendieron posteriormente su
propiedad, otras familias mineras, así que ya no es un pueblo netamente minero.
En el Centro de Interpretación se
puede concertar también una visita al poblado con guía. Un buen complemento a
la visita a Bustiello es la visita al Pozu Espinos, un ejemplo de explotación minera,
tanto de montaña (horadando galerías en las laderas), como vertical (horadando
el suelo en profundidad), que se encuentra en el cercano valle de Turón, tal
vez el de mayor tradición minera, donde se puede conocer el funcionamiento de
la mina y las duras condiciones en que trabajan los que bajan a por carbón.
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Los conflictos mineros continúan,
como el recuerdo de Bustiello: una estatua del Marqués de Comillas, con un
obrero tendiéndole un ramo de flores en señal de agradecimiento, recibe al
visitante. Alguien ha pintado una bandera republicana sobre la estatua. “Este
lugar sigue vivo en el corazón y la memoria de los lugareños”, dice Fernández,
“todavía hay alguien que, en mitad de la noche, se molesta en venir hasta aquí
para pintar una bandera republicana sobre el Marqués”.
3 comentarios:
Hay un libro Muy interesante de 1930 titulado El patrono ejemplar, (http://books.google.es/books/about/El_Patrono_ejemplar.html?id=YB5EQwAACAAJ&redir_esc=y,) donde se explica la historia y las condiciones de vida de esta colonia industrial
Hola Pere,
muchas gracias por la reseña del libro, me lo apunto ;)
Hola Pere,
muchas gracias por la reseña del libro, me lo apunto ;)
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