Autora Nuria Pérez
Pese a que en la actualidad apenas quedan naves abandonadas, nombres de calles relacionados con antiguos oficios relacionados con la piel y una única empresa, Greencuir, liderada por Josep Garriga Barceló, la capital del Alt Camp, fue conocida durante siglos por tener una importante industria de la piel y la lana. Un sector que fue durante décadas motor económico del municipio. Según María Jesús Muiños, profesora de la URV y autora de diversos estudios sobre el sector de la piel en Valls, esta industria remonta sus orígenes al siglo XIII aunque no fue hasta el finales del siglo XVIII, cuando vivió su esplendor, con más de una treintena de negocios relacionados con la piel y la lana en la ciudad. En el siglo XX, la cifra se redujo a una veintena pero con gran volumen. Prueba de ello es que Valls llegó a producir más del 40% de las pieles de forro y badanas para calzado que se fabricaban en España.
Entre esa industria, un apellido, el de la familia Clols, destaca por encima del resto. El iniciador de esta saga fue Lluís Clols Sastre, que ubica su primera fábrica en la Font d’en Bosch en 1887.
Muy activo y dinámico y recordado como un hombre con una gran capacidad de trabajo, Clols Sastre enseñó el oficio a sus cuatro hijos varones (también tuvo tres hijas), que siguieron el camino de su padre y se dedicaron a la profesión.
Lluís Clols Rabassó, el hijo mayor, se estableció en París por encargo de su padre en 1918 para abrir un almacén al que hacía llegar las pieles producidas en Valls, especialmente las badanas, para venderlas en Francia. Una etapa que le sirvió para enviar a su familia la última maquinaria utilizada en Europa y a conocer las mejores técnicas, sistemas de aprovechamiento de la lana y tendencias del sector de países como Alemania, Reino Unido, Italia y Bélgica, además del propio París.
Imagen del artículo |
Su aventura en el país galo duró menos de diez años y en 1927 volvió a la capital del Alt Camp, tras haber liquidado el almacén parisiense, para hacerse cargo junto a su hermano Francisco Clols, de la fábrica de la Font d’en Bosch, que su padre les cedió tras montar otra en la carretera de Tarragona, en colaboración con sus dos hijos más pequeños, Josep y Enric.
Al frente de la sociedad Luis y Francisco Clols, una de las primeras iniciativas de Lluís Clols Rabassó fue poner en marcha un lavadero de lanas con selección de clases para producir badanas de primera calidad a buen precio, inexistentes por aquel entonces en el mercado nacional.
La guerra civil frenó el auge del negocio: la fábrica fue incautada y tanto Lluís como Francisco tuvieron que dejar Valls. A su regreso, en 1939, el primero decide dejar en manos de su hermano Francisco, el negocio para emprender otro camino por su cuenta en las afueras de Castellar del Vallès, sobre una antigua y vasta planta conocida como les Fonts Calents, que transformó en una fábrica de curtidos, con lavadero e infraestructura de peinaje de lanas, capaz de producir unos 1.000 kilos diarios, que aún hoy siguen activos.
Por su parte, su hermano Francisco, continuó en la Font d’en Bosch (en el Barri Vell), donde llegó a contar con 180 trabajadores y a promover la construcción de varios bloques de viviendas para ellos, el barrio Clols, considerado uno de los primeros ejemplos de obra social en Valls.
Los otros hermanos pequeños, Josep y Enric, se establecieron de la siguiente forma: el primero, en el raval de Farigola y, el segundo, en la fábrica de su padre, Lluís Clols Sastre.
A ellos les siguieron otros tres Clols. Por un lado, Enric Clols Jové, que siguió el negocio de su progenitor en la carretera de Tarragona. Por otro, José Pedro Clols Coll, que dio continuidad a la empresa de su padre (Josep) del raval de Farigola y cerró la última empresa de la saga en Valls en el año 2001. Y, por último, Maria Carme Clols Riera, que mantiene vigente la firma de su padre en Castellar del Vallès bajo la razón social de M.C. Clols SA, que fabrica pieles de ante y napa para confección que se acaban transformando en Asia, Estados Unidos y Canadá.
Según José Pedro Clols, la época de mayor auge de todas ellas, se sitúa en las décadas de los cincuenta a setenta del siglo pasado, cuando las cuatro empresas de los hermanos Clols, llegaron a sumar unos 350 trabajadores. Más que la piel, José Pedro asegura que lo que realmente dio fama a Valls y dinero a estos negocios fue la lana. Algunas cifras bastan para darse cuenta de ello. «Cada día llegábamos a limpiar y poner a punto 10.000 pieles, con un rendimiento de unos 4.000 kilos de lana», recuerda. Su destino eran la industria del calzado, la confección y la marroquinería.
El agua y la competencia, causas del declive
El declive del negocio llegó a finales de los noventa con el endurecimiento de la legislación medioambiental y su consecuente aumento de costes. El sector de los curtidos necesitaba de agua en abundancia, un recurso que durante años abundó en Valls por estar rodeada de torrentes y molinos. Con el tiempo, sin embargo, esta materia prima empezó a escasear (los pozos se secaron y los torrentes perdieron volumen de agua) y a exigir del uso de depuradoras, hecho que disparó los costes para unas empresas que podían llegar a gastar perfectamente cerca de un millón de litros diarios para limpiar y curtir las pieles. Esa pérdida de competitividad coincidió además con la irrupción de nuevos productoras en países emergentes como la India, China o Pakistán. Hasta ese momento, sin embargo, habían sido prósperos negocios que, en algunos casos, como el de la antigua fábrica de José Clols, llegaron a facturar 1.000 millones de las antiguas pesetas (6 millones de euros) y con una importante actividad exterior. No en vano, importaban pieles en bruto de los principales centros productores de América del Sur (Argentina, Paraguay), Inglaterra, Sudáfrica y Oceanía (Australia y Nueva Zelanda), para exportar las pieles ya curtidas a países como Holanda, Francia, Suiza, Italia, Dinamarca (en realidad a toda a Europa) e incluso Estados Unidos y Japón.
Dario Tarragona
No hay comentarios:
Publicar un comentario