Artículo de Álvaro San Miguel para
El Diario Montañes
Un
marchito calendario de 2003 resiste en las antiguas oficinas del Pozo Santa
Amelia (Reocín) para recordar a los intrusos el día en que se escribió el
último capítulo de la historia minera de Cantabria. En la sala de máquinas,
donde se operaba el castillete de extracción, los vándalos de "El corral
de los kietos" han dejado su firma en forma de grafiti, aunque han
respetado la maquinaria, prácticamente intacta. En el aire hay algunos
proyectos para poner en valor el complejo minero, pero el que fuera el yacimiento de zinc más importante de
Europa sigue esperando a que alguien lo salve del paso del tiempo.
«Hace
unos días, después de un congreso de patrimonio industrial en Gijón, unos 80
expertos internacionales visitamos el Pozo Santa Amelia y, comparando con las
fotos antiguas, vimos que la maquinaria era la misma que se instaló en 1936»,
explica Gerardo Cueto, profesor de Geografía de la Universidad de Cantabria
(UC) y experto en patrimonio minero. «Allí tienen que
hacer un centro de interpretación, porque eso no se puede perder». Pero
las ideas que se barajan son otras.
El Plan Besaya 2020 plantea la construcción de un campo de golf al norte del
complejo. Y otro estudio anterior de la UC proponía el aprovechamiento del lago
formado en la mina a cielo abierto para el abastecimiento de industrias,
aseguramiento de caudales ecológicos y aprovechamientos energéticos o
recreativos. De momento, las instalaciones sirven de almacén para los
contenedores y cubos de basura de la empresa pública MARE.
Imagen de la noticia |
Lejos
de allí, en Udalla (Ampuero), las vacas pastan a sus anchas,
-ironías del destino- por la antigua fábrica de transformación de productos
lácteos que Nestlé construyó en 1928. «Son de un vaquero del pueblo que lleva
la finca», explica un vecino señalando al ganado que rodea el edificio. En el
interior, una higuera ha aprovechado la luz que entra por los agujeros del
techo para medrar. El vecino explica que todo, finca y fábrica, está a la
venta por unos 600.000 euros. «Aquí de recuperar la fábrica no se ha
hablado nunca», asegura.
El
abandono y los saqueos -ahí están los 23 detenidos por robar material en
Sniace- son los dos grandes enemigos del patrimonio industrial de Cantabria.
Pero hay más. La disciplina es joven y apenas cuenta con el interés de un
puñado de investigadores de la Universidad y del Colegio de Ingenieros
Industriales, que rescatan piezas o archivos documentales cuando pueden.
También se echa de menos un asociacionismo como el que existe en comunidades
vecinas y que permite sumar esfuerzos privados y particulares.
La
Asociación Vasca de Patrimonio Industrial lleva 30 años trabajando y la
Asociación para el Estudio de la Arqueología Industrial y el Patrimonio
Cultural y Natural tuvo su origen en Asturias -ahora tiene rango nacional-. En
Cantabria el único colectivo con cierto peso en este campo, la Asociación
Cántabra de Amigos del Ferrocarril, se dedica a una pequeña parte de la
arqueología industrial.
Mayor atención
Los
expertos también reclaman una mayor atención desde la Administración: «El
primer paso sería realizar un inventario regional, y después
aplicar figuras de protección a todos los elementos que merezca la pena
conservar», afirma el profesor Cueto. Y desde el Gobierno de Cantabria
recuerdan que hay 18 elementos con algún nivel de protección -molinos,
ferrerías y cargaderos de mineral- y explican simplemente que «legislativamente
no hay ninguna especificidad» para el Patrimonio Industrial. «Se trata de un
Patrimonio Histórico Cultural y por lo tanto está recogido en la Ley de
Patrimonio Cultural de 1998 de Cantabria», indica el director general de
Cultura, Joaquín Solanas.
El
exdecano del Colegio de Ingenieros Industriales y experto en la materia, Pedro
Hernández, asegura que ha llegado el momento de que la región se ponga las
pilas: «Aquí estamos por detrás de otros porque somos menos industriales y nos
gustan más otras cosas, pero la protección del patrimonio hay que ir
trabajándola. No digo que sean unos descuidados, pero hay unas prioridades y el
patrimonio industrial no está entre las primeras. Pero no echo la culpa a
nadie. Hay alguna gente que tiene una conciencia clara de todo esto y hace lo
que puede, así que algo se salvará».
Desde
el Colegio de Arquitectos de Cantabria, Domingo de la Lastra también lamenta
que el patrimonio industrial sea «el gran olvidado». Los arquitectos reclaman
la conservación de este patrimonio «indispensable» porque, en muchos casos, «explica
la razón de ser de algunas de las poblaciones más importantes de Cantabria».
Domingo de la Lastra señala algunos enclaves históricos, como el eje industrial
que va desde Torrelavega a Reinosa a lo largo de la cuenca del río Besaya y
Castro Urdiales. «Todas esas localidades se entienden y tienen su razón de ser
en la presencia de la industria. Al menos las instalaciones más valiosas -y
cita Sniace, la antigua Forjas de Buelna, actualmente Trefilerías Quijano, y
los talleres de reparación y mantenimiento de vehículos ferroviarios de Cajo-
deberían protegerse para guardar y hacer comprensible la historia de
Cantabria».
El
tiempo se agota
El
problema es que los restos industriales tienen fecha de caducidad y
la ventana se va cerrando año tras año. Si no se recupera ahora, en dos o tres
décadas, ya sea por abandono, saqueos o vandalismo, los vestigios industriales
irán desapareciendo, dificultando aún más la investigación y la conservación,
por no hablar de una posible puesta en valor, que es otra de las claves en este
asunto.
En
Cantabria hay ejemplos claros de las posibilidades que ofrece el
patrimonio industrial. La antigua fábrica de La Azucarera Montañesa (1899) en
Torrelavega, el paisaje minero de Cabarga, el conjunto de obras realizadas para
transportar madera hasta la Real Fábrica de Cañones de la Cavada (1791-1796) y
la fábrica de harinas La Montañesa (1920), en Pesquera, son las cuatro
piezas que aporta Cantabria al Plan Nacional de Patrimonio Industrial.
Pero
hay más ejemplos, como la ferrería de Cades, una fundición del siglo XVIII
declarada Bien de Interés Local y convertida en centro de interpretación, que
superó en 2013 los 10.000 visitantes. O el cargadero de Oroconera, salvado
"in extremis" para convertirse en el símbolo de El Astillero. También
el antiguo edificio de Tabacalera, que hoy acoge la Biblioteca Central de
Cantabria, o el conjunto recién recuperado que forman el dique de Gamazo y la
caseta de bombas -ahora centro de interpretación-.
En
Mioño (Castro Urdiales) intentaron poner en valor el cargadero de mineral de
Dícido (1938) y construyeron en 2011 un itinerario peatonal para llegar
hasta el cargadero a través de túneles. Sucesivos desprendimientos cegaron los
accesos subterráneos, el itinerario se cerró al público y todo ha sido saqueado
salvo el propio cargadero -en el interior de los túneles solo queda el plástico
de las lámparas-.
Turismo industrial
La
explotación económica de la arqueología industrial por medio del turismopuede ser la tabla de salvación del pasado fabril y minero
de Cantabria. «Ahí está el Parque de Riotinto, que recibe 100.000
visitantes al año, el Museo de la Minería y de la Industria de Asturias (MUMI),
las minas de sal de Cardona... Y en Europa hay mucho más, como las minas de sal
de Wieliczka, en Cracovia, con un millón de visitantes al año», pone de relieve
Gerardo Cueto.
Imagen de la noticia |
El
Gobierno de Ignacio Diego presentó en junio de 2012 un proyecto turístico para
explotar las minas de Udías, pero la idea no ha pasado del papel. La intención
era recuperar las antiguas minas, acondicionar Mina Hermosa y abrir las cuevas
de La Buenita y Sel del Haya para crear un parque temático financiado, eso sí,
con fondos privados.
Otros
restos de arqueología industrial corrieron peor suerte y ya han
desaparecido: la fábrica de conservas Salvarrey, que fue demolida para
construir un edificio de viviendas en pleno paseo marítimo antes de que se
pudiera iniciar el expediente de protección; o la draga Loreto, vendida para
chatarra; o la antigua lonja de Santander, que fue demolida -«con ella se
perdió parte de la historia del barrio Pesquero», lamenta el arquitecto Domingo
de la Lastra-.
En
Villaescusa, junto a la antigua ruta del mineral entre Cabarga y El Astillero,
tres vecinos discuten sobre quién está robando el metal del antiguo lavadero de
mineral de Orconera. Al final, Pedro Lavín, José Antonio Hernández y Pedro San
José -extrabajador de la sociedad minera de Orconera- no se ponen de acuerdo en
la autoría de los robos. Solo coinciden en una cosa: los
viejos tiempos están desapareciendo, sepultados bajo la maleza, la
herrumbre y la indiferencia.
Fuente
de la noticia http://www.eldiariomontanes.es/
Los
Corrales de Buelna recupera el museo de la Industria de Cantabria
Fuente
de la noticia http://www.eldiariomontanes.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario