Magnífico artículo que retrata los molinos de Badajoz y su entorno, escrito por María Penís
Los inviernos lluviosos y el Guadiana crecido formaban tan parte de esta ciudad como los molinos de sus orillas. Las aguas de nuestro río, este que nos lleva –que diría el gran José Luis San Pedro- además de arrancar rabia y lamentos por culpa de su caudal tantas veces desparramado, también sirvieron para dar de comer a numerosas familias que vivían, a veces malvivían, y otras subsistían, de él: imposible no volver a nombrar a aquellos barqueros que se hicieron imprescindibles para el día a día, a los pescaores buscándose el jornal en los peces…y muy especialmente, a los molineros.
Plano Badajoz marcando molinos, imagen artículo |
El trasiego diario en aquel austero y compactado Badajoz impregnado del olor de la última pólvora vertida, de mulos, carretas, y arrieros tirando de bridas, llenando las calles de voces y arreos, yendo y viniendo en busca del molino más cercano, no podría ni imaginar que un par de siglos después, de aquellos espacios que eran su pan de cada día, sólo la estructura de un par de ellos sobreviviría para recordarnos que una vez formaron parte de una época y una vida en la que fueron absolutamente imprescindibles.
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El Guadiana, a su paso por Badajoz, estaba salpicado de molinos, y casi todos harineros. Entre los más destacados: el de Ballesteros, el del Moscoso, el de Aceñas, Aranda, y el famoso, la Tarasca, todavía en pie aunque a duras penas.
Plano Badajoz marcando los molinos, imagen artículo |
Hay que echarle algo más que un poco de imaginación para verlos rodeados de gente afanadas en tareas cotidianas. De todos los que formaban parte y arte de la imagen que devolvía el río, sólo el del Moscoso aún conserva erguido su esqueleto. Lo vemos desde los puentes más cercanos al canal de los Ayala manteniéndose en pie de manera milagrosa, casi en un sorprendente equilibrio, echándole un pulso a relojes y calendarios, dibujándole fantasmas al aire que lo abraza, o intentando contarnos desde esa soledad en la que ha quedado, que en su juventud fue algo más que uno de los grandes. Fue, como los barqueros, un imprescindible. Ahora, la demostrada robustez de sus piedras será recompensada por la Confederación del Guadiana reconvirtiéndolo en zona museística.
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Echándole de comer un buen rancho a esta imaginación que a veces nos desborda, también podemos ver el de Ballesteros, que cual San Borondón pacense, un poso de sus piedras de vez en cuando aparece enredado entre nenúfares. Emerge misterioso, casi resistiéndose al olvido. Si vamos sobrados de tiempo, apoyados en las barandillas del Puente Real, en la margen izquierda, especialmente en los días de verano cuando el caudal del río merma, no es difícil verlo destacando en el azud como un perejil en el medio de una salsa mayonesa.
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También el de Aceñas recibía carretas y bestias de carga, pero de este ya no queda ningún resto; estaba situado en los alrededores del Puente de la Universidad… y el de Aranda, entre la unión de los cauces del Rivilla y Calamón, del que tampoco queda ni rastro. De su existencia se sabe gracias a documentos del Archivo Histórico Provincial.
Y por último el de la Tarasca, al que hay que hacerle un punto y aparte muy especial. De él también nos queda un pellizco de su estructura…puede verse junto al puente de la antigua NV a su paso por el Rivillas, y como el del Moscoso, también su esqueleto aguanta como buenamente puede. Se sabe poco de su construcción, aunque algunas fuentes dicen que pudiera tener origen romano…
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El exiguo caudal del arroyo no permitía que pudiera ser usado en otra época del año que no fuese invierno. Se sabe que quedó en desuso en 1760, y es el único de estas características que aún queda en pie.
En un documento de 1713 se alude a este molino con el nombre de Gordillo y dice que se arrienda por tres años a Francisco Hernández Patadas, que lo describe como que se encuentra en el camino de San Gabriel en la ribera de Valdesevilla, y que tiene tres piedras molientes y corrientes (en esta época se denominaba Valdesevilla al Rivillas).
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Cuenta la leyenda que en este molino se escondía un extraño animal llamado Tarasca, largo como una serpiente, patas de oso, caparazón de tortuga, y un gran aguijón en la cola. Sólo salía en las noches de tormenta, y lo hacía para devorar a la población…corría el año 1480 cuando una noche oscura y lluviosa en la que caían rayos y truenos, fueron a buscar a su casa al médico judío Cohen. Lo necesitaban en la Albuela para atender al porquero. Cohen se negó, pero los setecientos maravedíes que le ofrecieron terminaría convenciéndole, a pesar de que su esfuerzo de poco sirvió pues el enfermo murió dulcemente después de tomar las hojas de Dedalera que el médico le administró. En el camino de vuelta, sus acompañantes y él aflojaron la marcha para descansar en las cercanías de la ermita de los Mártires (cerca del puente de las Brujas y de la Fuente de los Alunados) cuando escucharon un ruido sobrecogedor. Los caballos comenzaron a relinchar dando saltos de una manera tan enloquecida que Cohen, que no era buen jinete, cayó al suelo en el mismo instante que un extraño animal, parecido a un dragón, lo apresó ante los asombrados y atemorizados ojos de los testigos que nada pudieron hacer cuando vieron como el médico era arrastrado en dirección a la fuente de los Alunados, donde más tarde apareció ahogado. Los acompañantes del judío decían haber visto al bicho huyendo a su guarida: un molino cercano.
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Fue en aquellos días cuando se convirtió en costumbre que después de la procesión del Corpus, los mozos, para envalentonarse, y antes de marchar camino del molino en busca de la Tarasca, bebieran buenas cantidades de alcohol. Después, al cabo de las horas, eran legión los que aseguraban haberlo visto…
Digital Extremadura
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