Un interesante artículo hecho por el profesor de política económica de la Universidad de Barcelona Francesc Roca, en 09/07/2011 para L’Econòmic.
Los molinos de trigo con rueda hidráulica forman parte de la médula espinal de la sociedad catalana histórica. Forman parte del patrimonio histórico catalán. Cuando se han contabilizado, las cifras oscilan, según los autores, entre 300 y 500 molinos en todo el territorio del Principado. De hecho, de algunos molinos, sólo hay un registro escrito, otros unas ruinas arqueológicas, y otros, en cambio, se han convertido fábricas, pequeñas centrales eléctricas, viviendas permanentes, hoteles, restaurantes o museos.
En conjunto, sin embargo, su capacidad de producción era, en la Cataluña moderna, del siglo XV al XVIII, muy ajustada-o insuficiente-para las necesidades del Principado. Así, uno de los ejes de la economía catalana ha sido la necesidad de importar trigo. Por mar y, a menudo, de lejos. El trigo, alimento básico, venía de Sicilia, del Languedoc, de Nápoles. De hecho, la escasez de trigo fue una de las limitaciones del crecimiento de la sociedad catalana medieval y moderna. Y uno de los espolones que movieron la formación del Imperio Catalán.
Hasta las revoluciones del XIX, sin embargo, el interés por mejorar técnicamente la producción de harina fue bajo. Una explicación podía venir del hecho que el agua que podía hacer mover los molinos era considerada una posesión real, nobiliaria o eclesiástica. Y este hecho aseguraba el abastecimiento de harina de las élites de estos sectores. Los molineros tenían menos derechos económicos que los colonos, y los molinos eran menos potentes que las masías. Su efecto de difusión sería, pues, menor.
A partir de 1835, la política de desamortizaciones significó poner a la venta, en subasta, los molinos. Los compradores se convertirán, a menudo, empresarios, que tendrán, o no, suerte. Algunos de ellos descubrirán los nuevos molinos de cilindros con máquina de vapor y, pronto, con turbina eléctrica. La revolución tecnológica conocida como sistema austrohúngaro de molienda gradual, que se inicia en Budapest en 1842, cambiará los mecanismos de producción de harina. Fue el paso de los viejos molinos a las modernas harineras, también llamadas, en Menorca, "molinos de harinas de fuego". Buena parte de la maquinaria y de las tuberías de las nuevas harineras eran de maderas de calidad, de tejidos de yute resistentes, y las correas de las poleas, de cuero. El uso de la fuerza de la gravedad implicaría construcciones verticales de varios pisos. La harinera de Marratxí, con siete pisos, proyectada por el arquitecto Eusebio Estada, construida a partir de 1880, sería, durante muchos años, el edificio más alto de Mallorca.
En la Cataluña industrial, las harineras tienen un cierto protagonismo. Tanto si son de un empresario privado, como, en Girona, la harinera Montserrat de Josep Ensesa (el hombre de S'Agaró), como si son de una cooperativa, como la harinera del Sindicato Agrícola de Cervera. En algunos lugares, tienen un gran protagonismo, pues producen más harina, de mejores cualidades, que permiten fabricar varios tipos de pan, pastas de sopa, galletas, pastelería.
Por otra parte, muchos proyectos para construir las nuevas harineras fueron encargados a arquitectos e ingenieros del modernismo tan relevantes como Rafael Masó, Cèsar Martinell o Enric Sagnier. Los resultados fueron modélicos: las harineras son grandes piezas del patrimonio arquitectónico (e industrial) catalán.
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Si hasta la construcción de las harineras la sociedad catalana era deficitaria en harina, a partir del funcionamiento de estas revolucionarias instalaciones las empresas empezaron a producir tanta harina que fue posible exportarla. Las harineras harían posible pasar de la condición de importadores de trigo en el nuevo estatus de exportadores de harinas.
De hecho, las harineras han sido el eslabón decisivo de una cadena de procesos que ha permitido que, en diferentes instantes del siglo XX, los catalanes hayan ido generando innovaciones en el sector harina-pan-pastelería. Hasta el punto que este sector ha sido uno de los protagonistas de la revolución agroalimentaria del siglo. Una revolución que ha permitido, entre otras cosas, alimentar a la población del Principado, que, a pesar de la baja natalidad de las sociedades avanzadas, ha crecido mucho: de 2,2 millones de habitantes en 1900 a 7,5 millones en 2010.
Ecomuseo Harinera
En 1905, la instalación de una turbina Planas y Flaquer en el molino harinero situado en el riego de Castelló d'Empúries fue el inicio de la transformación del molino en harinera, siguiendo el sistema austrohúngaro. Muy bien conservada, pero en desuso debido a un nuevo giro tecnológico en la molienda de cereales, la fábrica de harina de Castellón se convirtió, en 1997, el Ecomuseo de La Farinera de Castelló d'Empúries. Después, se integraría en la red museística del Museo Nacional de la Ciencia y de la Técnica, con sede central en Terrassa.
*Artículo original en catalán.
http://www.leconomic.cat/
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