Patrimonio Industrial nacional e internacional

PATRIMONIO INDUSTRIAL - INDUSTRIAL HERITAGE - PATRIMOINE INDUSTRIEL

lunes, 15 de abril de 2013

Averly, patrimonio (vivo) de la Zaragoza industrial.


Autor: D. López
Zaragoza afrontará durante los próximos meses el reto de demostrar que es capaz de pelear por el patrimonio histórico que le pertenece. El legado de Averly va más alla de unas instalaciones que han pasado a manos privadas con la venta del terreno. Se aloja en su interior, en los materiales y hasta en las paredes de esa antigua factoría que se levantó en 1880 en la antigua ronda del Campo Sepulcro. O en los documentos que atestiguan cómo fue la Zaragoza industrial del siglo XIX, su evolución hasta nuestros días, sus cambios en los modelos productivos, empresariales y energéticos... Una huella en el centro de la capital que, como otras muchas lo hicieron antes, lleva camino de sucumbir a la piqueta si nadie (instituciones y ciudadanos) lo evita. El problema para la ciudad, y para Aragón, es que esta puede ser la última. Y que, después, ya será tarde.

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La importancia de la firma Averly en la industrialización de Zaragoza y Aragón está más que demostrada. Muchos autores han escrito sobre ello. Su influencia y su participación en hitos históricos como el estreno de la primera línea de ferrocarril de la comunidad autónoma (Zaragoza-Gallur), su colaboración con la familia Escoriaza en la implantación del antiguo tranvía, su apuesta por la energía térmica y la empresa de Isaac Peral (Electra Peral), la llegada de la electrificación y cómo algunas empresas, como ella misma, se autoabastecían de suministro, la importancia del agua y del Canal Imperial para sacar adelante una producción que, en su caso, tuvo la virtud de diversificarse para poder expandirse; o cómo la capital aragonesa sacó rendimiento de su posición estratégica en el mapa de España. Quizá rescatarlo sirva para aprender en el futuro, ya lo está haciendo en el presente. Porque el pasado que no se conserva se reduce a ser solo eso, pasado.

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Precisamente fue su disponibilidad de agua y su buena comunicación lo que movió al ingeniero francés Antonio Averly a desembarcar en la capital aragonesa desde Lyon. En un momento en el que la base agraria de la región posibilitó la implantación de una industria agroalimentaria, fundamentalmente la harinera y azucarera, y un sector metalúrgico que permitía cubrir sus necesidades.

El problema en sus inicios en Zaragoza, en 1863, era que no disponía de fundición propia y debía echar mano de otras empresas. Por eso contaba con ocho trabajadores en su primer taller de la calle San Miguel. Pero Averly rompió con un modelo de empresa muy atomizado en Zaragoza en el que el 70% tenía menos de cinco empleados. A finales del siglo XIX ya tenía más de cien y en los años 20, más de 200.

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En 1875 se unió a la sociedad Juan Mercier y en 1876 forma parte de Averly, Montaut, Bardey y Cía con talleres en la calle de la Torre. Pero es en 1880 cuando da el salto en solitario con su traslado a sus nuevas instalaciones de Campo Sepulcro, junto a la vieja estación del Portillo y muy cerca de Escoriaza, a quien luego le suministró muchas piezas para los primeros tranvías de Zaragoza y ferrocarriles para Aragón. De hecho, en sus naves aún se conservan algunos de esos primeros bogies, sobre los que se montaban los vagones de esos trenes.

El fundador, Antonio Averly, dio paso al cambio generacional en 1903, en un momento en el que la industria aragonesa atravesaba una coyuntura económica excelente. La dirección pasó a sus hijos, para en 1912 acabar en manos de su hijo Fernando, como único dueño.

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Seis años después pasaría a ser sociedad anónima (y a llamarse Averly, SA) siendo un ejemplo más de empresas que, tras la primera guerra mundial, adoptaron esta solución para subsistir. Faustino Bea se hace con su dirección durante más de 40 años, hasta que en 1960 le sustituye Guillermo Hauke Bea. En la actualidad, tras el fallecimiento de este, la propiedad se reparte entre su viuda Mari Carmen (50%) y dos sobrinos.

Averly guarda en su interior auténticas reliquias sobre el funcionamiento de una fundición que desde finales del siglo XIX proporcionó todo tipo de piezas y maquinaria. Son conocidas sus turbinas, maquinaria de vapor como apisonadoras que se usaban para el compactado de la zahorra en las carreteras, piezas para el ferrocarril y tranvías, e innumerables muestras de la metalurgia en Aragón y España. De hecho, también alberga un vasto archivo documental de publicaciones de principios del siglo XX en las que aparecían las novedades tecnológicas.

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SECRETO También puede servir su legado para documentarse sobre cómo la industria se debatía entre la energía térmica y la hidráulica para abastecerse, o cómo le afectaban los puntuales cortes de agua del Canal Imperial, interrumpiendo la producción.

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Fue, además, una de las primeras empresas capaz de autoabastecerse de suministro eléctrico. De hecho, sus instalaciones guardan un secreto inconfesable en el subsuelo de una de sus naves, un sótano en el que se encontraba la turbina que dotaba de luz a la factoría y que los dueños nunca desvelaron para evitar pagar el IBI correspondiente al consistorio.

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En definitiva, abrir las puertas de Averly a los zaragozanos o a la comunidad científica y los visitantes sería una forma de poner en valor un patrimonio que, siendo privado, poca gente conoce. Es curioso cómo ha cesado su actividad en Zaragoza hace pocos meses sin que se haya apercibido nadie, o cómo se ha formalizado una venta de suelo en silencio incluso para la Administración. O, lo más grave, que haya habido que esperar a eso para pensar que quizá era un bien de interés que conviene preservar. Un reto que ahora la ciudad debe decidir si lo asume como propio y las instituciones trabajan en los medios para no ser cómplices de su extinción.
El Periódico de Aragón

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