Artículo de Julián Sobrino Simal para La Opinión de
Málaga
En realidad,
nunca estamos en el presente, siempre es ayer... Con Astilleros Nereo la ciudad
de Málaga tiene una deuda pendiente. Me explicaré. La ciudad que ocupó un lugar
central en la industrialización andaluza y española, la ciudad que albergó las
principales fortunas de España, la ciudad que pasó de 68.271 habitantes en 1842
a tener 134.016 en 1887; una ciudad vinculada al mar desde las primeras
civilizaciones históricas hasta la actualidad. Una ciudad-puerto, como una
charnela terrestre entre los mediterráneos, oriental y occidental, y de norte a
sur, al tiempo que antesala del Atlántico. Y, para todo lo anterior, una
ciudad-mar, territorial, económica y simbólica. En ella, el Pedregalejo es un
paisaje social en el que, desde comienzos del siglo pasado se produjo un
fenómeno de gran interés, al irse conformando como un asentamiento híbrido, el
de la burguesía y el de los marengos, grupos sociales que, curiosamente,
anhelaban lo mismo, el sol y el mar, unos para descansar y otros para trabajar.
Y al socaire de todo ello, surgieron los Astilleros Nereo, aunque, para ser
rigurosos, en el emplazamiento actual perdura una dimensión intangible y
ancestral, obviamente, asociada al lugar, y que podemos denominar como memoria
del territorio, memoria que hoy día Unesco protege mediante el paradigma de
Paisaje Histórico Urbano.
Desde hace
mucho tiempo, gracias a colegas docentes en la enseñanza secundaria y
universitaria de Málaga, así como a numerosas personas y entidades ciudadanas
dedicadas a la salvaguarda del patrimonio cultural malagueño, he tenido la
oportunidad de conocer una Málaga diferente de la tópica y convencional imagen
que siempre se nos proyecta, desde y hacia, de esta ciudad meridional.
He conocido
su dimensión industrial. La de los hombres y mujeres que, con su trabajo y con
su inteligencia, convirtieron a este 'atrasado' Sur de Europa en un territorio
contemporáneo y moderno gracias a un elenco de personajes como Manuel Agustín
Heredia, el fundador de los altos hornos 'La Concepción' de Marbella en 1826 y
de la 'Constancia' en Málaga, en la playa de San Andrés, en 1833, el creador de
la saga de la aristocracia industrial malagueña, de la que junto a él mismo,
formaron parte los Loring, los Larios, los Rein, los Livermore, los Huelin...
Pero también la Málaga del aprendiz de tonelero y líder obrero Rafael Luis Salinas
Sánchez. Una Málaga fascinante, plena de héroes y heroínas que rompieron los
moldes de su época, que combinaron romanticismo con pragmatismo. Que amaron,
que tejieron fuertes lazos de amistad y también de odios.
Imagen de la noticia |
Esto sucedió
en unos escenarios fascinantes, los escenarios sociales del despertar obrero y
de los barrios proletarios de la Málaga del tercer tercio del siglo XIX. En los
escenarios urbanos de las reformas burguesas y especulativas de la ciudad. En
los escenarios del trabajo de las primeras fábricas a vapor, de los altos
hornos y de la llegada del ferrocarril. En los escenarios extra-malagueños de
América, a la que vendía la burguesía sus productos o desde donde importaba
materias primas. Y siempre, los paisajes del mar, del puerto, de los últimos
barcos a vela, de los primeros barcos a vapor y de las jábegas. Y allí, al
final de la calle del Varadero, calleja que aparece ya trazada en un plano de
Emilio de la Cerda Gariot de 1890, se encuentra la carpintería de ribera de
Nereo, lugar central para todos los marengos que practican unos oficios
heredados de la más remota antigüedad.
Pero, esta
historia de progreso, ay, el progreso, debe enmarcarse en las amenazas que en
la actualidad sufren estos astilleros desde que el Ayuntamiento de Málaga y la
Demarcación de Costas de Andalucía Mediterráneo han puesto en su punto de mira
a este insigne ejemplo del patrimonio etnológico e industrial de España. Con
qué motivo, pues, aunque parezca difícil de creer, para reproducir un pasaje de
Fausto, la famosa tragedia del escritor alemán J. W Goethe. Aquel que se narra
en el acto quinto de la segunda parte, cuando Fausto descubre una 'anomalía' en
su proyecto de progreso, la pequeña casa y la capilla junto al mar que regentan
los ya ancianos Filemón y Baucis. Y dice Fausto: «¡Se extiende ante mí un reino
ilimitado y tengo siempre a mi lado un enemigo, que recuerda con el sonido de
su campana lo ilegítimo de mis inmensos bienes! Ni el bosque de tilos, ni la
casita que junto a ellos se yergue, ni la capilla cubierta de musgo me
pertenecen». Y entonces, Fausto, invocando a Mefistófeles, toma una decisión,
encargarle un trabajo, que haga desaparecer esa anomalía. Mefistófeles cumple,
en la noche. Y cuando Fausto se lamenta por la trágica solución, Mefistófeles,
cual moderno político actual, le recuerda que nada se consigue sin daños
colaterales.
Pues de
nuevo, en los Baños del Carmen, en las playas del Pedregalejo, sustituyendo los
tilos por eucaliptos, se pretende repetir esta vieja historia, recordándome a
la Reina Blanca, en Al otro lado del espejo, de Lewis Carroll, diciendo: «En
realidad nunca llega mañana, todo es ayer...». Por qué no se puede conciliar
tradición y progreso, por qué no es viable aplicar el diseño estratégico a este
sector de la ciudad en lugar de los trasnochados planes especiales, por qué no
es posible realizar un paso, inspirado en el urbanismo táctico de pequeña
escala y de bajo coste, es decir, sostenible, en este sector de la playa de
Levante entre el Pedregalejo y los Baños del Carmen, que permita la continuidad
de los Astilleros Nereo. Continuidad marcada esencialmente por ser un varadero
tradicional asociado a la carpintería de ribera y que, si se retranquea, si
pierde su conexión con el mar, pierde su razón de existir. El patrimonio inmaterial,
cuando va asociado a un establecimiento productivo que está marcado, ante todo,
por el lugar, forma parte inalienable del lugar que ocupa y no es mueble, es
memoria del y en el lugar.
Málaga tiene
una deuda con el Pedregalejo, los Astilleros Nereo y los Baños del Carmen.
Unidades patrimoniales que constituyen un sistema, un Paisaje Histórico Urbano,
junto al mar, protegido por los montes de su espaldar y regado por los arroyos
que de ellos descienden. Salvar la integridad de Nereo es, en definitiva,
dejar, por fin, de eliminar las 'anomalías fáusticas' que, desgraciadamente han
tornado nuestro litoral en irreconocible. Permítanme que con la familia Sánchez
Guitard comparta un sueño y, déjenme que lo diga en latín: «nullum est sine
nomine somnium» (Todos los sueños tienen un nombre) y en este caso, para
Málaga, ese nombre es Nereo, el nombre del Dios de las olas del mar, el nombre
de nuestros mejores sueños.
Fuente de la
noticia https://www.laopiniondemalaga.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario