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domingo, 21 de agosto de 2011

Un molino del siglo XII es las nueva sorpresa del Castillo de Calatrava


Corona imponente una de las entradas a Sierra Morena, entre vegetación autóctona y pedregales de roca caliza con unas dimensiones que lo elevaron como uno de los colosos arquitectónicos más grandes de la época y ahora, tras una labor incesante de restauración, luce esplendoroso con una solidez que ha sobrevivido durante los siglos para el disfrute de todos aquellos que desean por unos minutos realizar un viaje en el tiempo a principios del siglo XIII. Situado en el cerro Alacranego, en el término municipal de Aldea del Rey, el Castillo de Calatrava la Nueva enseña al visitante minuto a minuto un pedazo más de los pasos de la Orden de Calatrava, de unos sabios maestres religiosos, del convento de unos frailes guerreros y de una fortaleza que puede ser de principios del siglo XII, gracias al trabajo diario de un grupo de Taller de Empleo de Aldea del Rey y Calzada de Calatrava que dirigido por la arqueóloga Ana Segovia limpia, impermeabiliza, reconstruye y restaura estos restos centenarios.


Elevado a novecientos treinta y seis metros de altitud, los calatravos eligieron la fortaleza del que se conoció como Castillo de Dueñas después de fundar la legendaria Orden militar y religiosa de Calatrava en el Castillo de Calatrava la Vieja en Carrión y de vencer a los árabes en la Batalla de las Navas de Tolosa. Los frailes contaron como base un castillo y algunas edificaciones que moldearon a su gusto para construir un gran convento que sería sede de la Orden de Calatrava hasta bien entrado el siglo XVIII.


Abandonado en el año 1804, los últimos habitantes dejaron a su suerte un castillo-convento que la lluvia inundó y que la tierra sepultó hasta que a finales del siglo XX empezaron las labores de restauración. Tras veinte años de trabajo entre bóvedas, aljibes y almenas, la arqueóloga Ana Segovia comenta que cuando llegó en 1991 “la tierra cubría casi hasta la entrada de la iglesia”. En la actualidad, después de años de rehabilitación se puede contemplar la zona de la fragua, una gran habitación que debía de servir de dormitorio y un impresionante molino de tracción animal que el grupo de este año ha reconstruido parcialmente.


Tras un trabajo diario desde noviembre del 2010, los veinticuatro alumnos del Taller de Empleo, junto con la directora y varios monitores, según explica Ana Segovia, “hemos restaurado el llamado 'molino de sangre' y reconstruido cuatro de sus nueve arcos”. Localizado al lado de la fragua, este molino urbano del siglo XII de más de treinta metros de largo y más de cinco de altura en sus arcos, tenía dos mecanismos para moler el grano bajo el impulso de burros y mulas, lo que da muestra, según las explicaciones de la directora del grupo de trabajo “que en esta época ya podría haber una población diaria en el castillo de entre doscientas y trescientas personas”.


Levantar el suelo de gran parte de las terrazas y de los dormitorios nuevos, impermeabilizar las estructuras de la construcción y solar de nuevo los espacios ha sido otra de las grandes labores de éste último grupo con el fin de preservar las bóvedas inferiores de posibles humedades, además de habilitar los espacios para que el público pueda acceder a nuevos rincones. Como comenta Ana Segovia ésta es una de las tareas más importantes que tratan de consolidar el castillo debido a que el paso del tiempo, los años lluviosos y los fuertes vientos a los que está sometido el lugar “provocaron que las bóvedas de arriba del castillo se cayeran” y hoy las contemplemos como terrazas.


Además de recuperar parte del camino empedrado que dirige a este castillo de más de cuarenta mil metros cuadrados de superficie y restaurar la cubierta de la interesante Sala Capitular, Ana Segovia destaca “la restauración de los baños árabes que los calatravos sepultaron cuando llegaron al castillo en la Baja Edad Media”. Entre afanados restauradores que poco a poco descubren la historia, la arqueóloga señala que estos baños fríos y sencillos eran un lugar público al que los árabes, que en alguna época habitaron el lugar, “acudían a bañarse una o dos veces por semana”. Habitaciones con albercas, pocetas y sumideros se convertían en lugares de encuentro entre mujeres o hombres para purificar las almas de los creyentes del Islam.


La arqueóloga anda entre los restos de la antigua calle de Los Artesanos, donde estaba una fragua en la que algunos de los primeros habitantes del convento cocían los ladrillos y las tejas para las construcciones en hornos de tipo moruno con pozos escavados en la tierra para condensar el calor, y explica lo maravilloso que sería “seguir con la obra del molino y reconstruir los cinco arcos que quedan del molino de tracción animal”, además de reproducir el funcionamiento de la época con la maquinaria de madera. A su paso rodea uno de los cinco aljibes de un castillo que no tenía acceso a ríos ni fuentes y que acumulaba el agua de lluvia en cámaras de tamaños impresionantes con pequeños rebosaderos.


Viviendas de la época abren el camino hacia el “cuartel de abastecimiento” de las escuelas taller y los talleres de empleo, una gran construcción de piedra caliza que hicieron un grupo de mujeres en el 2007 y que aparece repleto de materiales de reparación y de curiosidades como unas gigantes “escobas borriqueras” para limpiar el castillo. Al lado y sin restaurar, en la zona que da acceso a la muralla por el Paseo de Ronda y que no está abierta al público, está la que, según indica Ana Segovia, “fue la antigua hospedería de los Reyes Católicos” y que por la disposición de los corredores y las habitaciones pudo ser “un hospital de pobres”.


Cerca del Campo de los Mártires en el que descansan los cuerpos de muchos calatravos que murieron en la defensa de Alarcos y de Calatrava la Vieja, aparece la iglesia de estilo cisterciense del castillo, en la que aunque sería fundamental reparar las capillas, la sacristía, la cubierta y los cristales del rosetón de la entrada, poco han trabajado los grupos por falta de tiempo y de subvención. Apenas a unos metros surge la entrada del castillo en el que vivió una guarnición de guerreros durante unos seiscientos años, después de ser atalaya y torreón antes del impulso de los calatravos, y que aparece en lo alto de la construcción para poder divisar el claustro, las cocinas, el receptorio, los dormitorios viejos y los nuevos, el Paseo de Ronda y la Sala Capitular.


El Paseo de Ronda camina entre las veinte habitaciones viejas hacia una Sala Capitular que fue el centro del covento, al que sólo podían acceder los frailes, y que sorprende a todo arqueólogo por sus curiosidades. Habilitar la sala de decisión de la Orden de Calatrava para la visita de los caminantes del castillo sería una de las grandes apuestas a afrontar por una Fundación Cultura y Deporte de la Junta de Comunidades que no tiene programado ningún proyecto de rehabilitación del castillo en la actualidad.


Estancias del siglo XIII con espacios que datan del siglo XVIII se suceden en un espacio que ocupó la guerrera orden de la cruz roja terminada en flores de lis durante más de seiscientos años. Aunque los maestres pasaron a vivir a finales del XVII en preciosos palacios en Almagro, el resto de los frailes siguieron dedicados al estudio y a la oración en uno de los más grandes asentamientos manchegos de la época. Reyes e infantes caminaron por su Paseo de Ronda o por la calle de los Artesanos entre fraguas, aljibes, piedra caliza, cerámica, serijos y grano en un Castillo de Calatrava la Nueva que ha resurgido en el tiempo para narrar a través de las huellas en la roca, los utensilios abandonados y sus construcciones abovedadas de una época de torres, de batallas, de sudor en los campos, de servilismo y de oración.
Fuente

http://viajarsinprisa.net


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