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lunes, 1 de agosto de 2011

Malos tiempos corren para la lírica hidráulica

Hoy os quiero poner otro interesante artículo de Antonio Martínez Cerezo (escritor, historiador y académico), sobre la huerta murciana y su riego, espero que os guste.

Los cauces de riego son a la huerta murciana como las venas al cuerpo. Las venas llevan la sangre donde es falta. Y donde la sangre no llega, el cuerpo sufre gangrena, azulea, negrea, oscurece y muere. Que eso es mismamente lo que le pasa a la huerta cuando el humor del cauce de riego no se echa a pegar la oreja un rato sobre el propicio bancal o el agradecido huerto. Sin sangre, el cuerpo entra en necrosis, por muerte de los tejidos. Sin agua, la tierra se cuartea, agosta y da en yelmo, como un pellejo de vino escurrido hasta las heces.
Lo que hasta el huertano más ceporro sabe los mandamases lo ignoran. Los políticos se desgañitan pidiendo 'agua para todos' sin discurrir primero donde van a poner el agua que les den, porque contenido sin continente son dos bocas que no riman.
«¿Qué le queará a este infelis / si le erribais la barraca?». Con este pulso al futuro en forma de interrogante finaliza el poema 'La Barraca', canción con motivo de la orden del Sr. Corregidor para derribar las de los que no tienen tierra, exhumado por Díaz Cassou en 1897. Y, remedando al vate anónimo inspirado por la musa popular, hora va siendo de interrogar a los detentadores de poderes públicos con otro pulso al futuro en forma de interrogante: ¿Que le quedará a la huerta, infeliz huerta murciana, si le clausuráis las aceñas, le derribáis los molinos, le emborronáis los brazales, le quitáis las regaderas y le entubáis las acequias?
Si las tuberías de plástico o los tubos de cemento son la solución, malos tiempos corren para la lírica hidráulica, señores gobernantes. Murcia tendrá 'agua corriente'. Pero no 'corriente de agua'. Época hubo en la huerta murciana en que al par de 'los caminos de andar' discurrían 'los caminos que andan', haciendo camino al andar entre cañares sonreídos de limones. Frutos que el poeta García Lorca pedía a las jovencitas que los tiraran a las acequias para que parecieran de oro.
La distinción entre aguas vivas y aguas muertas, que un servidor recreara en 1984, consta en las 'Ordenanzas de la Huerta'. Una de cuyas primeras versiones es del tiempo de los Reyes Católicos, obra en el Archivo Municipal y fue primorosamente reeditada por quien ni las cumple ni las hace cumplir: el Ayuntamiento de Murcia.
De las 'Ordenanzas' conozco varias versiones. La entonces aludida, en su art. 37 avisa que 'los cauces de aguas vivas sirven o están destinados para regar las tierras, y son las acequias mayores, las menores o particulares, los brazales y las regaderas'. Y, en el siguiente, determina que 'los cauces de aguas muertas sirven para recibir los avenamientos o escurrimbres de las tierras, descargándolas de la excesiva humedad que les perjudica. Son: los escorredores, las azarbetas y los azarbes o ladronas. Y los cordialmente llamados meranchos y meranchones.
Ocioso es ya en Murcia hablar de aguas vivas. Hoy en día, los cauces de riego que priman son los de aguas muertas. De ahí que los regidores de la cosa pública los quiten, soterren o entuben. Lo que nada tendría de extraño que fuera por nuestro bien. Para evitar a los espíritus sensibles el bochorno de verlas correr sin aliento, fétidas y canas, coronadas de inmundicia.

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