San Jerónimo se queda sin su Fábrica de Colores
Artículo de Cristina Cueto para Diario de Sevilla
San Jerónimo amaneció la semana pasada sin su Fábrica
de Colores Nuestra Señora de la Esperanza. En el solar donde hasta hace nada se
enclavaba este inmueble, ahora solo quedan escombros y polvo. Ni las
asociaciones vecinales consultadas saben qué se edificará en este espacio ni el
Ayuntamiento ha dado respuesta a las cuestiones planteadas por este periódico.
Lo único claro es que el barrio ha perdido uno de los grandes vestigios de la
industrialización periférica de la ciudad. Un ejemplo de la arquitectura
industrial regionalista de principios del siglo XX.
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“Más allá del nombre, que era conocido en todo el barrio, no tenía una arquitectura que pudiéramos definir como monumental”, admite Julián Sobrino, doctor en Historia del Arte y especialista en Historia de la Arquitectura Industrial. Sin embargo, “sí que formaba parte de toda esa trama industrial que, si en esta ciudad hubiéramos tenido un poquito más de cuidado, se podría haber conservado para nuevos usos”, sostiene y argumenta que la zona de Nuevo Torneo “se está recualificando de una manera importante” con todas las “torres de oficinas” que se están levantando.
Según un estudio realizado por el investigador, la
Fábrica de Colores Nuestra Señora de la Esperanza “no ha gozado de una
protección patrimonial formal por parte de las administraciones”. Tampoco
figura “como Bien de Interés Cultural (BIC), ni aparece con grado de protección
específico en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz”. La
investigación apunta que el Plan General de Ordenación Urbanística de Sevilla
“no le otorgó una protección integral”. A diferencia de otros elementos
industriales como las Naves de Renfe o la Fábrica de Artillería, “el modesto
conjunto de San Jerónimo pasó desapercibido en las fichas de catálogo”. Este
hecho “ha facilitado su demolición dentro de planes urbanísticos recientes, al
no existir trabas legales para eliminarlo”. Del mismo modo, Sobrino indica que
“solo el Plan Especial de Reforma Interior de la zona contemplaba mantener, en
su momento, la parcela como suelo urbanizable de uso terciario, sin mención a
conservación patrimonial”.
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No obstante, en el ámbito académico y de la memoria colectiva, este inmueble sí ha sido reconocido. Entidades como el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) la incluyeron en listados informales de patrimonio industrial a documentar. Además, diferentes colectivos vecinales del barrio han manifestado su interés por preservar símbolos del pasado obrero del barrio. “Lamentablemente”, indica Sobrino, “esas iniciativas no se tradujeron a tiempo en una protección efectiva”.
La Fábrica de Colores Nuestra Señora de la Esperanza
se levantó en la capital hispalense a comienzos del siglo XX, en el contexto de
la industrialización periférica de la ciudad. Su fundación se sitúa, según el
estudio del experto, en la década de 1930, época en la que San Jerónimo vivió
un importante auge industrial gracias a la llegada del ferrocarril y a la
implantación de nuevas fábricas en torno a las vías del tren.
Poco después de su apertura, apunta Sobrino, la fábrica atravesó dificultades “en el convulso periodo de la Guerra Civil”. Según varias referencias hemerográficas, en 1938 “llegó a publicarse un anuncio ofreciendo la venta de la fábrica en la prensa sevillana”. Un “signo de los problemas económicos de la empresa” durante esos años. Sin embargo, continuó funcionando tras la contienda y fue durante las décadas de 1940 a 1960, cuando se consolidó como “una de las industrias destacadas de la zona”, junto con otras factorías como Industrias Subsidiarias de Aviación, la fábrica de velas y la de fertilizantes Cros.
La investigación de Sobrino apunta que, hasta su clausura en los años 70, estuvo especializada en la fabricación de pigmentos a base de óxidos de hierro, los populares ocres rojos. En concreto, producía óxido de hierro rojo –hematita sintética o natural– que se empleaba como colorante en múltiples industrias. “Sus pigmentos eran materia prima para elaborar esmaltes cerámicos, pinturas, imprimaciones anticorrosivas e incluso se usaban en técnicas artísticas tradicionales”, apunta el informe.
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La Fábrica de Colores destaca “como ejemplo de la arquitectura industrial regionalista de principios del siglo XX en Sevilla”. Su elemento más llamativo era “la portada principal de estilo neomudéjar, concebida tanto con fines funcionales como representativos”. Esta portada consistía “en un arco de ladrillo visto decorado con azulejos polícromos, combinando la estética mudéjar (arcos de herradura falsos, remate escalonado) con la rotulación comercial propia de la época”.
En cuanto a las instalaciones industriales, estaba constituida por los siguientes elementos: una chimenea de fábrica de ladrillo, esbelta, ubicada hacia el fondo del solar –visible todavía sobre las cubiertas–, que servía para la ventilación de hornos o calderas usadas en la obtención de óxidos; varias naves diáfanas para albergar la molienda y almacenaje de pigmentos; y posiblemente cobertizos o tinglados metálicos anexos para materias primas. No se ha documentado la autoría del proyecto arquitectónico –pudiera haber sido diseñado por algún maestro de obras local–, pero el resultado “conjuga robustez industrial con detalles regionalistas”. El conjunto ocupaba “una parcela modesta comparada con otras industrias de San Jerónimo”, pero su fachada a la antigua carretera –prolongación de la calle Torneo– “le confería presencia urbana”.
La Fábrica de Colores aportó su grano de arena “al desarrollo económico local”. Empleó mano de obra del barrio, contribuyendo a formar una comunidad obrera especializada. Su actividad también se vinculaba con otras industrias sevillanas. Por ejemplo, pudo proveer pigmento rojo a fábricas cerámicas de Triana o a talleres de pintura de la ciudad.
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